miércoles, 21 de enero de 2009

Pongamos imaginación a la literatura (y a la vida)


Pese a que dormimos unas ocho horas al día (algunos más, hay que reconocerlo) y a que aproximadamente dos quintas partes de esas ocho horas las pasamos soñando, la literatura calificada de realista apenas le otorga importancia a dicho proceso, y eso que, según estudiosos como el neurobiólogo Michel Jouvet, los sueños son fundamentales en la construcción de la personalidad. De esta manera, ¿puede considerarse objetiva una descripción de la persona que omite una tercera parte de su vida? Quizá por esa razón, entre los escritores “serios” parecen más perspicaces y de visión más panorámica los que no muestran al hombre únicamente como una pieza del engranaje social, sino también como un ser que desea, intuitivo, fabulador y, por qué no, incluso con una aspiración a la trascendencia. Ahí está Dostoyievsky para demostrarlo.



Dado el desinterés de muchos escritores realistas, ha tenido que ser la literatura fantástica quien se haya ocupado de satisfacer la carencia. Un enfoque onírico altera el punto de vista de Un mundo feliz, del ciclo de Tolkien o de la obra de Kafka, en unas obras que destacan por su aire de ensoñación, de pesadilla con los ojos abiertos, de duermevela febril. La literatura fantástica, que tantas pistas da para entender la condición humana, parece venir en nuestra ayuda cuando nos preguntamos, ¿qué sería de nosotros sin sueños? ¿Y de la sociedad?

Tal vez en la actualidad de Oriente Próximo encontremos la respuesta sangrienta.


Roger Ferrer






1 comentario:

Espera a la primavera, B... dijo...

Ay, dios mío (cualquiera de ellos)!
Don Roger, ¿cuánta razón en sus palabras y cuánta psique inexplorada yacerá a la sombra territrémula de mis ronquidos! A mí, que considero al hombre como un círculo con cinco palitos dibujados como lo haría un niño de cuatro años, que la complejidad del ser humano sea abonada durante las horas de sueño, me inquieta. Sí, don Roger, me inquieta ¿seré un alma simple? pues bien, lo seré; pero no lo puedo remediar con esta mierda de habilidades sociales con las que dios (cualquiera de ellos, repito) sazonó mi personalidad de hombre-de-cinco-palitos.
Yo le admiro, don Roger. Sí, don Roger, no sea modesto. porque usted profundiza (qué digo profundiza ¡bucea!) en el alma humana a diario, con esa consciencia, rectitud y perseverancia... aunque claro, ahora que lo pienso, si cuando soñamos construimos la personalidad, una siesta ¿será un ejercicio de autoconocimiento? A ver si la sabiduría ibérica es más universal de lo que nos creemos...
En fin, don Roger, no me extiendo más, aprovecho para saludarle y desearle toda clase de aventuras (sí, dije aventuras y no venturas)y le insto a regularizar nuestro intercambio de correos-opiniones.
Saludos cordiales

Nota: Si el sr. Ferrer niega conocerme, yo también lo negaré (siempre a cambio de un pequeño donativo).

Nota 2: El vocablo territrémula es una fusión (sí, como lo del flamenco con jazz y funky) de las palabras terrible y temblor y sólo hace referencia a los ronquidos del que escribe. Le cedo el vocablo a la Humanidad la cual, probablemente, hará lo mismo que con todas las otras maravillas de mi invención, o sea: nada.