lunes, 31 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (Juan Antonio Fernández Madrigal)

Primicia. La cubierta definitiva, a falta de tipografía, de la próxima novela
de Fernández Madrigal,
El tapiz invisible.


Francamente, si escribir tuviera algún motivo racional, estaríamos viviendo en Vulcano y separando los dedos de las manos constantemente. Yo escribo porque me gusta. Ahora, claro. En su momento, cuando empecé, me lancé a escribir por el irrefrenable impulso que tenemos los simios a imitarnos unos a otros. Es decir: leía mucho. Llevaba leyendo desde que una cosa cuadrada que se separaba en hojas cayó en mis manos, momento que no situaré ya en el tiempo porque siempre negaré que yo pudiera vivir una década tan cursi y hortera como la de los setenta, y como leía mucho, podía explicarles a mis amiguitos que "Walt Disney" se escribía con uve doble y no con ge, lo que me hacía sentirme superior (más tarde se encargaron de tirarme balones de fútbol a la cara para bajarme los humos).
Tras los Don Mickeys vinieron los verdaderos primeros libros: no otros que Alfred Hitchcok y los Tres Investigadores, en los que obviamente no pude sino identificarme con Jupiter Jones, verdadero cerebro de la banda a la hora de desentrañar grandes misterios relativos a los ruidos que emitía un loro. Esos libros no me duraron mucho, porque cuando mis familiares venían de Barcelona a Córdoba a pasar el verano (hay que tener valor), y me traían a mí y a mi hermano uno que no teníamos, lo devorábamos en una hora o así, con lo que se quedaban con cara algo rara.
Cuando ya tenía marcas indelebles de balones de reglamento me atreví con las obras de Julio Verne, que era algo serio porque no tenían dibujos y sí muchas páginas y letra diminuta, sólo apta para los niños grandes. Me entusiasmaron, a pesar de que ahora no podría soportar las descripciones de las innumerables especies marinas con que se cruzaba el capitán Nemo. Luego vino Tolkien, luego Stephen King, luego Asimov... y luego el infinito y más allá. En medio de eso (especialmente por culpa de Tolkien) me dije que yo no iba a ser menos y empecé una trilogía que se quedó en veinte páginas escritas con boli rojo en una libreta que se perdió, afortunadamente.
Mucho más tarde me pidieron que hiciera un relato para la revista de la Facultad, y a partir de ahí retomé la escritura y gracias a mi esposa conseguí hasta publicar. ¿Por qué retomé la escritura para no dejarla ya? Pues porque me gustaba mucho leer, claro.

J. A. Fernández Madrigal

domingo, 30 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (Luis de los Llanos)


Afirma el sabio que en este país se lee poco porque todo el mundo anda escribiendo una novela, en muchos casos “la novela”. Pero lo paradójico resulta que los que escribimos somos precisamente los que más leemos, luego no se explica la escasa venta de libros. Yerra sin duda el sabio.

No carece de interés y relevancia la cuestión de ¿por qué escribir? Alguna vez me lo han planteado, ¿y por qué haces eso, para pasar el rato?, y no sé que me ha causado más estupor si la pregunta o la expresión de extrañeza; como si fuese más normal emborracharse todos los sábados o correr cien kilómetros en bicicleta un domingo por la mañana. Todas las historias, todas las tramas, ya han sido contadas. El primer Cromagnon que enguarró las paredes de su cueva con dibujos y pinturas preparaba el escenario donde iba a relatar a sus convecinos una bonita novela para entretener sus temores nocturnos.

La primera vez que uno se pone a hilar frases lo hace empujado por una idea, en ocasiones apenas un germen; tal y como va llenando páginas es asombroso como la historia toma forma y las mas de las veces escapa incluso a la voluntad del autor. La sorpresa alcanza el ¡oh! cuando el final previsto encaja perfectamente cumpliendo aquella máxima expresada por Chéjof, creo recordar: “El clavo que aparece en la primera escena ha de servir para que el protagonista se cuelgue de él al final de la obra”.

Casi inmediatamente, ciego de engreimiento, el autor comienza a trabajar en una segunda novela convencido que el mundo acaba de hallar al próximo premio Planeta. Este segundo relato mucho más elaborado, menos impulsivo, más artificioso, siempre a la busca de la pretenciosa originalidad, del sinónimo mas culto, coincide con la recepción de los primeros rechazos editoriales. No es la humildad una virtud propia de la idiosincrasia humana, somos arrogantes por naturaleza, por algo fuimos creados a imagen y semejanza del Gran Soberbio, y el penoso peregrinaje del novel por el laberinto de editoriales grandes y pequeñas… Pero de eso hablaremos otro día. El ingrato trato del novel con las editoriales significa una merma en la autoestima, en ocasiones ya devaluada de por sí, pero también es una cura contra el narcisismo, la egolatría y cierto onanismo creador. La cuestión es que si uno logra obviar y/o comprender el aluvión de rechazos y consigue soslayar la trampa de la autoedición, a partir de ese momento comenzará a escribir por la única razón, o al menos la principal, por el puro y simple placer de contar una historia.

Porque a eso se reduce todo finalmente, tras superar los problemas con la pareja, es decir que ella se adapté a tus necesidades; disfrutar de la documentación de la historia tanto como de su desarrollo; empezar a reírte de la oportunidad perdida por esa editorial que te rechaza el original, es cuando empiezas a disfrutar con la escritura. Y te ves de nuevo ante la pared pintarrajeada con escenas de caza y las gentes de tu clan sentadas alrededor del fuego atentas a tu historia de héroes y villanos.

jueves, 27 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (Luis Besa)




Vanidad, expectativa de lucro y, sobre todo, risa y placer. O al menos eso pensaba.

Un día fui al zoo de Madrid, nunca olvidaré la pirámide de los papiones. Arriba, Papionazo, gordo, lustroso y solo. Los primates somos así; por afán de notoriedad consumimos cantidades ingentes de tiempo e ingenio, todo sea para estar gordo, lustroso y solo, sí, pero descollando en la cima de la pirámide. A resultas de mi encuentro con Papionazo comprendí que había que replantear la cuestión. Cuando una causa es tan global que vale lo mismo para un mono que para el hijo de mi padre, esa causa se convierte en mero comodín, vale para todo, luego no explica nada. A fin de cuentas, ¿puede concebirse algo más triste que renunciar a ser el protagonista de tu vida?

¿Vanidad?, baahh…

Pasemos a la expectativa de lucro. No juego a la lotería pero tampoco me resigno a cagarme en todo cuando el cuatro de julio tengo la extra tiesa y las vacaciones por pagar. Mi ilusión particular es buscar una editorial que juegue a la lotería por mí. Necesitaré mares de suerte, sí, pero tal vez algún día a Jorge le vendan una plaza de socio en el golf de La Moraleja (caso de que admitan editores, que me extrañaría). Por mi parte, dejaría algún pluriempleo y me compraría –de una tacada- horno pirolítico, un corta césped de gasolina, un curso de ultraligero. Sin chanchullos de letras ni pagos a 24 meses. De un golpe y en billetes de 50. Ahora bien, miro a mi alrededor y en la rifa del “salga de pobre escribiendo” hay otros 50.000 boletos (por lo menos) y, de momento, yo sólo juego con uno. Bastante será que a Jorge y a mí nos toque el reintegro. O sea que tampoco. Con las quinielas hay más probabilidades y es menos cansado.

Risa, placer, etc…

Escribo porque me parto. Es la verdad. Y resulta que tampoco conozco tantas maneras de pasármelo bien. A diferencia de Claudio Cerdán, no me va el rollo de amorrarme a Sálvame de Luxe y mandar SMS solidarios a Belén Esteban lamentando su cistitis. Ni salir de compras al “Luz de Castilla”. Ni las ferias medievales. Odio cordialmente las gilipolleces que monta el ayuntamiento para que gilipollas como yo hagamos bulto en titulares del tipo “Catorce mil gilipollas en…” A veces pienso que debería cultivar un huerto. Algo así como mi vecino, plantar lechugas, tomates y flores, pero las veces que lo he intentado he descubierto que un cuarto de hora dándole a la azada cansa. Cualquier otra actividad física no retribuida no es procesable en mi sistema operativo.

Antiguamente frecuentaba bares y restaurantes, en la barra me llamaban Don Luis y yo les respondía por el nombre y apellido y les preguntaba por los críos. Me cocía a Riojas y Riberas y de remate orujos El Afilador, pero entre la ley antitabaco, los puntos del carnet y lo jodidamente caro que está todo, cada día me pilla más abúlico. Ya no conozco a los camareros. Viajar al extranjero es algo que sólo haría por cosas del trabajo y llegado al caso.

No es tan fácil pasarlo bien. Tiendo a la sociopatía, y como tiendo a la sociopatía de vez en vez movilizo al niño, la niña y su madre y nos plantamos en plan terapia a alguna gilipollez de las que organiza el ayuntamiento. “Lo ves, Besa, esto no está tan mal”, me dice la parienta al confundir un rictus por el codazo que me arrea una gorda con un conato de sonrisa. “No está tan mal, una hora para aparcar, otra para sacar un ticket y otra viendo a un capullo hinchando burbujas gigantes”, pienso mientras digo, “claro cariño, esto es cojonudo”.

A veces es peor. Yo dependo de la rutina. Trabajo, salgo de trabajar, escribo una hora, juego un partidillo con el chaval en el jardín, repaso la lección con la mayor mientras frío rollitos o patatas y espero a que mi mujer termine del diario. Luego leo. Doy gracias a los dioses por ser un sociópata tan apacible y casero, y hago votos por el ritmo correcto del karma. Cuando por lo que sea el karma se trunca y estoy varios días sin escribir, a la vuelta soy como el que regresa de diez años en Sing Sing. Soy Atila cayendo sobre el teclado; le hago el amor a la máquina hasta que las teclas saltan y en la pantalla los colores se descalibran. Refugiados bajo la mesa camilla, los niños se santiguan acojonados. Soy así, escribo porque soy así.

Luis Besa

martes, 25 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (J. E. Álamo)


J.E. Álamo nació en 1960 en Leamington Spa (Inglaterra). Se enorgullece de haberse criado al son de los Beatles y el año de su venida a España coincide prácticamente con el lanzamiento del último disco del grupo de Liverpool. Desde entonces tiene claro que es un gafe.

Tras una vida de increíbles aventuras en los lugares más exóticos de la Tierra y parte del Universo, todas ellas fruto de sus delirios, asentó la cabeza. Lamentablemente, no recuerda dónde.

En el 2005 al ver que nada de lo preñado por su calenturienta imaginación se hacía realidad, le dio por escribir. Por extraño que parezca, ha conseguido publicar unos cuantos relatos y novelas.

Por si tales logros fueran escasos, añadiremos que ha conseguido premios en más de un certamen. Básicamente, diplomas muy chulos. Por si fuera poco, en una ocasión ganó dos camisetas que viste siempre que va de boda.

Tiene un blog (¿y quién no?): http://letrasparasonyar.blogspot.com/.

Escribir le satisface como pocas cosas en la vida. Le permite sacar sus monstruos más íntimos y darles algo de dignidad. No piensa dejarlo aunque solo su mujer lea sus desvaríos. La pobre tiene claro aquello de “en lo bueno y en lo malo” y está convencida de que “lo bueno” llegará algún día.

Nada más. Gracias por seguir ahí... Esto, ¿sigues ahí?


Joe Álamo

lunes, 24 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (José Miguel Vilar)

La verdad es que ni siquiera me considero escritor. Me siento raro cuando alguien me lo dice. Quiero decir, ¿no es absurdo? “¿Tú qué eres?” “¿Yo? Escritor”. A mí me suena rarísimo. Como si dijeses: “¿Yo? Soy espadachín”. O “hago el pino”.

En mi caso lo de escribir es una excusa, porque me inventaba historias de niño, mucho antes de saber escribir. La letra es, digamos, el medio que he encontrado para hacerlas realidad. Pero el hecho es que no sé vivir sin imaginar historias. El tiempo que invierto en darles vida no me cansa, no existe. Ni siquiera me planteo si merece la pena o no. Si es útil o no. Es sólo eso: no puedo dejar de hacerlo. En los periodos en que no estoy metido en algún proyecto se me va la cabeza. Necesito fabular y dar rienda suelta a las ideas que me vienen y me van. Es una necesidad bastante material. Antes trataba de explicar todo esto con rollos místicos y poéticos, pero ¿para qué? Necesito contar. Es sólo eso. Necesito comunicarme con los otros. Y por eso escribo.


José Miguel Vilar

viernes, 21 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (David Jasso)


Espero que no se note demasiado que mi sonrisa es fingida. Mi jefe cacarea estentóreamente como si su chiste hubiera tenido alguna gracia. Emito un “je, je” tan poco entusiasta que no desentonaría en un velatorio. El tipo de administración se está descojonando. Se sujeta a la esquina de la mesa como si estuviera a punto de caer al suelo. Si alguien cambiara sus fingidas carcajadas por gemidos, parecería que estuviera a puntito de correrse. Me apresuro a sacar de mi mente esa imagen. “Je, je”, río yo con un rictus helado en mi rostro.

—Y ahora, muchachos, sed proactivos —dice el jefe entre risas mientras pega una fuerte palmada en la mesa. Le encanta hacer eso. Dios, cómo me gustaría que alguien inventara las chinchetas transparentes. Pagaría por una lo que me pidieran.

Salimos de su despacho como groupies rechazadas. Las risas cesan automáticamente en cuanto la puerta se cierra. Creo que el tipo de administración ha tenido un carcajeus interruptus. Me mira sobre sus gafitas llenas de grasa (probablemente procedente de sus cuatro pelos repeinaos al estilo cortinilla raída).

—Ya has oído. Tienes que darme hoy mismo las previsiones de los próximos trabajos. —Sé que está disfrutando con mi marrón. Cabrón miserable.

Me encamino hacia mi pequeño despacho. No tengo ni idea de cuáles pueden ser esas previsiones. Según los informes sobramos todos y antes de que acabe el trimestre nos iremos al paro de forma irremediable. Y mientras, el jefe hace chistes...

Al pasar por marketing veo a las dos becarias (en realidad ellas no son culpables de que despidieran a la chica que estaba antes, ahora la empresa se ahorra una pasta). Son jóvenes y guapas. Están muy juntas frente al monitor viendo un vídeo de Youtube. Levantan la vista y cuando ven que soy yo sonríen y siguen a lo suyo. A una de ellas se le escapa una carcajada tan refrescante como una de esas cervezas de las que me privo para no echar más barriga. Se ríen, probablemente algún gatito acaba de caerse en un charco. Su risa es sincera y espontánea, todo lo contrario a la del cabrón de administración. Una de ellas lleva una camiseta bastante escotada con Maggie Simpson impresa ofreciéndome su chupete. Estoy tentado de asomarme un poco, pero cierro los ojos. No hay nada que hacer, son tan inalcanzables como la paz mundial o que yo logre hacer tres abdominales. A veces me duele mirarlas. O escuchar sus jóvenes risas. Me recuerdan todo lo que ya no conseguiré. Todo lo perdido.

Sigo adelante arrastrando los dedos por la pared. Necesita una mano de pintura. Ya nadie se la dará. La máquina de café vuelve a mostrar el post-it “Se traga la pasta”. Mira, como el director general. En mi cubículo los papeles se amontonan en la mesa. Me dejo caer en la silla, evito el muelle que siempre intenta colonoscopizarme. Han capado internet, ni siquiera puedo escuchar Spotify (sin embargo en marketing pueden ver Youtube, no te jode). Miro los informes como si acabaran de brotar de una alcantarilla. Me gustaría fundirlos a golpes.

Esta noche al llegar a casa me desahogaré, puede que mate a varias personas. O quizás destruya el mundo. Es lo que tiene escribir. Sí, lo haré. Me encanta escribir. Me libera.

¡Oh, mierda! No me acordaba. Mis suegros estarán en casa, vienen a pasar una larga temporada. Y todavía tengo pendiente la conversación que mi mujer me ha pedido que mantenga con nuestra hija porque va desenfrenada y ha suspendido seis. Joooder. Hogar, dulce hogar…

En cuanto pueda ponerme a escribir, destruiré todo el puto universo. Lo juro. Y... ¿aún me preguntas las razones por las que escribo?


David Jasso

jueves, 20 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (Enrique Cortés)


  • Para no tener que corregir exámenes de mis alumnos.
  • Para no tener que corregir redacciones de mis alumnos (la culpa es mía por mandárselas).
  • Por la pasta.
  • Por la pasta y para no corregir.
  • Porque lo hago sentado.
  • Porque el flamante PREMIO ASTRO 2010 tiene que escribir.
  • Porque así siento que he hecho algo útil a lo largo del día (vale, dar clase también es útil, pero menos).
  • Porque no quiero que digan que Juan Manuel de Prada es el único que escribe en este país.
  • Porque quiero tener algún día tantos libros publicados como César Vidal (832 a día de hoy, 854 la semana que viene).
  • Porque así uso mi ordenador nuevo y tengo excusa para ponerme mi sombrero de escritor.
  • Porque quiero irme al Caribe con Dan Brown.
  • Porque escribir me permite a veces sonreír y pasarlo bien contando mentirijillas como las que acabas de leer. Espero que nadie se haya sentido ofendido. En realidad, escribo...

...porque verme publicar ha sido una alegría para mi familia, que también me vio recibir muchas cartas de negativa desde las editoriales; porque necesito escribir tanto como respirar, e incluso más, y sé que mis personajes merecen que su historia sea contada, aunque con ello queme mi vida delante de un teclado; por mis gatas, que se echan en mi regazo mientras escribo; por esa alumna que anhela ser escritora y para la que quiero ser un buen ejemplo; por mi chica (ni escribiría, ni haría nada sin ella); por mi padre y mi hermana, que se partirían la espalda para darme cobijo y sustento si un día cualquier les dijese que no quiero hacer otra cosa más que escribir; y por mi madre, que ya no está, pero siempre estará.


Enrique Cortés