lunes, 5 de julio de 2010

Mis razones para escribir (Andrés Díaz)

Portada de libro El camino del acero que próximamente saldrá en formato electrónico.
(de
Francisco Pacheco)

No existe una razón clara y última por la que uno escribe, sino más bien una nebulosa de razones oscuras que luchan unas contra otras para explicar el conjunto. La mayor parte de los escritores no sabe a ciencia cierta por qué escribe y tiene que tirar del hilo para desentrañar este misterio.

Una de esas razones es el deseo de notoriedad, de fama, influir en las mentes de los demás mientras leen tu libro, apoderarse de ellos durante ese breve lapso en el cual les sumerges en un mundo de tu creación. En el fondo de todo ello está la vanidad y el deseo de poder egocéntrico inherente a todo ser humano. Esa podría ser una razón, más o menos poderosa en unos u otros escritores. En mi caso está ahí, pero aunque sí es fuerte (para qué negarlo), no es la más.

Otra razón es transmitir una serie de sensaciones e ideas que nos han marcado, que han impreso nuestra huella en nosotros, provenientes de otros escritores anteriores. No se trata de plagiar, no es transmitir un texto entero, sino más bien un estado de mente y corazón, el que te produjeron tus ídolos literarios, los auténticos guías. Esa potencia parece quemarte dentro y necesitas sacarla mediante los escritos. ¿Quién no se ha sentido atrapado por una idea sobre un libro que ni siquiera le dejaba dormir o pensar en otra cosa? Así, escribir sería casi una terapia, una liberación, algo más necesario que voluntario. Es entonces cuando se escribe sin parar y el libro sale como un tiro.

En mi caso, la razón más poderosa es de tipo hedonista. Me gusta escribir por el placer de crear mi propia aventura, mi propio mundo, mis propios personajes y jugar con ellos, crear las historias que más me gustaría leer. Los libros más gratos de escribir son los que uno nunca confía en publicar. De tal modo no existe la presión del qué dirán, ventas, críticas, opiniones, etc. Solos tu libro, tu mundo, tus personajes y tú. Se trata de vivir tu propia aventura a través de tu imaginación. Esta es la más hermosa de las razones y es la que debería imperar entre los escritores, porque de tal modo se escriben los libros más honestos, tengan o no éxito después.

Tampoco creo que uno pueda escribir sólo cuando sufre el toque divino de la inspiración. En esto del escribir ocurre como en el boxeo: un 10% de talento y un 90% de aliento. El talento sin el aliento no va a ninguna parte. No sólo la técnica, el estilo y otros factores "formales" se pueden moldear y trabajar con el tiempo... La creatividad también puede entrenarse y fortalecerse como un músculo. Uno puede expandir su imaginación de forma voluntaria a través de sus lecturas y el trabajo de creación literaria. La diferencia es que el músculo tiene un límite de crecimiento, pero los límites de la imaginación humana no están definidos (si es que existen). Tal vez no haya otros límites, más que los impuestos por nuestra mente racional.

Y no entiendo a los escritores que sufren, se quejan, no les gusta o piensan que escribir es un proceso existencial difícil, incluso doloroso. En el fondo de todo esto hay mucha pereza, oculta tras rimbombantes palabras, pues escribir es una actividad que requiere trabajo y disciplina. O tal vez tengan encima la presión sobre el futuro de su libro en el mercado editorial, y el mayor de nuestros miedos: el qué dirán. Pero si uno se olvida del mundo exterior y vive sólo en el presente de su propia creación, las historias van saliendo de manera fluida, fácil, natural, perfecta. Escribir es una de las labores más gratificantes y maravillosas que he conocido, es lo que nos aleja de la vulgaridad y la rutina cotidiana, nos hace dioses de nuestros propios mundos inventados, somos creadores que disfrutan de su propia obra, no nos limitamos a absorber lecturas, sino a crearlas. Es algo activo, no pasivo. Sus resultados son enorgullecedores y nos recreamos en ellos, como el padre que ve a su hijo dar sus primeros pasos. Y es que en realidad nuestros textos son nuestros hijos y vivimos a través de ellos.

Andrés Díaz

miércoles, 2 de junio de 2010

Mis razones para escribir (Ángel Mª González)


Quien escribe es porque tiene algo que decir y siente la necesidad perentoria de hacerlo. Es posible que actualmente se escriba mucho, quizá excesivamente: entrar en la biblioteca pública me produce el desasosiego de saber que necesitaría muchas vidas para poder leer siquiera unos pocos de los estantes repletos de libros que me rodean. ¿Para qué seguir escribiendo, pues? ¿Para qué seguir provocando desasosiego en los demás?

Tal vez la literatura no sea más que sueños “congelados” en tinta y papel (o en bits, por lo del libro electrónico). Contar historias a los demás es una necesidad ancestral del ser humano, una manera de ensanchar el mundo, de hacerlo más habitable. Es como si a los humanos nos afectase una especie de horror al vacío; para eso está el escritor, para difuminar los límites del mundo real y ampliarlo hasta casi el infinito con sus historias, con sus mundos reales o inventados, con sus vivencias extraordinarias que dotan a la vida de eso que tanto nos gusta: el “factor sorpresa”, al cual nos espera a la vuelta de una página de una novela cualquiera

Un día pensé que no deberíamos escribir más; que ya hay demasiados libros, que ya está todo dicho y todas las historias se han narrado ya, con todas sus variaciones. Lo que nos tocaría a continuación sería clasificar todos los libros escritos hasta ahora, conocerlos y disfrutarlos, desechar los que no sirven y ensalzar los mejores en los escaparates de nuestras bibliotecas y librerías.

Pero ¿quién está dispuesto a levantar los muros de ese olimpo cerrado de las letras? ¿Acaso puede alguien en sus cabales creer que ya está todo dicho? No. La literatura no es un corpus que pueda cerrarse. Mientras exista civilización será necesario que alguien escriba, porque escribir es, también, ordenar el mundo, explicarlo, entenderlo. Quizá por eso siga escribiendo algunas cosillas en el futuro…


Ángel Mª González

lunes, 31 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (Juan Antonio Fernández Madrigal)

Primicia. La cubierta definitiva, a falta de tipografía, de la próxima novela
de Fernández Madrigal,
El tapiz invisible.


Francamente, si escribir tuviera algún motivo racional, estaríamos viviendo en Vulcano y separando los dedos de las manos constantemente. Yo escribo porque me gusta. Ahora, claro. En su momento, cuando empecé, me lancé a escribir por el irrefrenable impulso que tenemos los simios a imitarnos unos a otros. Es decir: leía mucho. Llevaba leyendo desde que una cosa cuadrada que se separaba en hojas cayó en mis manos, momento que no situaré ya en el tiempo porque siempre negaré que yo pudiera vivir una década tan cursi y hortera como la de los setenta, y como leía mucho, podía explicarles a mis amiguitos que "Walt Disney" se escribía con uve doble y no con ge, lo que me hacía sentirme superior (más tarde se encargaron de tirarme balones de fútbol a la cara para bajarme los humos).
Tras los Don Mickeys vinieron los verdaderos primeros libros: no otros que Alfred Hitchcok y los Tres Investigadores, en los que obviamente no pude sino identificarme con Jupiter Jones, verdadero cerebro de la banda a la hora de desentrañar grandes misterios relativos a los ruidos que emitía un loro. Esos libros no me duraron mucho, porque cuando mis familiares venían de Barcelona a Córdoba a pasar el verano (hay que tener valor), y me traían a mí y a mi hermano uno que no teníamos, lo devorábamos en una hora o así, con lo que se quedaban con cara algo rara.
Cuando ya tenía marcas indelebles de balones de reglamento me atreví con las obras de Julio Verne, que era algo serio porque no tenían dibujos y sí muchas páginas y letra diminuta, sólo apta para los niños grandes. Me entusiasmaron, a pesar de que ahora no podría soportar las descripciones de las innumerables especies marinas con que se cruzaba el capitán Nemo. Luego vino Tolkien, luego Stephen King, luego Asimov... y luego el infinito y más allá. En medio de eso (especialmente por culpa de Tolkien) me dije que yo no iba a ser menos y empecé una trilogía que se quedó en veinte páginas escritas con boli rojo en una libreta que se perdió, afortunadamente.
Mucho más tarde me pidieron que hiciera un relato para la revista de la Facultad, y a partir de ahí retomé la escritura y gracias a mi esposa conseguí hasta publicar. ¿Por qué retomé la escritura para no dejarla ya? Pues porque me gustaba mucho leer, claro.

J. A. Fernández Madrigal

domingo, 30 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (Luis de los Llanos)


Afirma el sabio que en este país se lee poco porque todo el mundo anda escribiendo una novela, en muchos casos “la novela”. Pero lo paradójico resulta que los que escribimos somos precisamente los que más leemos, luego no se explica la escasa venta de libros. Yerra sin duda el sabio.

No carece de interés y relevancia la cuestión de ¿por qué escribir? Alguna vez me lo han planteado, ¿y por qué haces eso, para pasar el rato?, y no sé que me ha causado más estupor si la pregunta o la expresión de extrañeza; como si fuese más normal emborracharse todos los sábados o correr cien kilómetros en bicicleta un domingo por la mañana. Todas las historias, todas las tramas, ya han sido contadas. El primer Cromagnon que enguarró las paredes de su cueva con dibujos y pinturas preparaba el escenario donde iba a relatar a sus convecinos una bonita novela para entretener sus temores nocturnos.

La primera vez que uno se pone a hilar frases lo hace empujado por una idea, en ocasiones apenas un germen; tal y como va llenando páginas es asombroso como la historia toma forma y las mas de las veces escapa incluso a la voluntad del autor. La sorpresa alcanza el ¡oh! cuando el final previsto encaja perfectamente cumpliendo aquella máxima expresada por Chéjof, creo recordar: “El clavo que aparece en la primera escena ha de servir para que el protagonista se cuelgue de él al final de la obra”.

Casi inmediatamente, ciego de engreimiento, el autor comienza a trabajar en una segunda novela convencido que el mundo acaba de hallar al próximo premio Planeta. Este segundo relato mucho más elaborado, menos impulsivo, más artificioso, siempre a la busca de la pretenciosa originalidad, del sinónimo mas culto, coincide con la recepción de los primeros rechazos editoriales. No es la humildad una virtud propia de la idiosincrasia humana, somos arrogantes por naturaleza, por algo fuimos creados a imagen y semejanza del Gran Soberbio, y el penoso peregrinaje del novel por el laberinto de editoriales grandes y pequeñas… Pero de eso hablaremos otro día. El ingrato trato del novel con las editoriales significa una merma en la autoestima, en ocasiones ya devaluada de por sí, pero también es una cura contra el narcisismo, la egolatría y cierto onanismo creador. La cuestión es que si uno logra obviar y/o comprender el aluvión de rechazos y consigue soslayar la trampa de la autoedición, a partir de ese momento comenzará a escribir por la única razón, o al menos la principal, por el puro y simple placer de contar una historia.

Porque a eso se reduce todo finalmente, tras superar los problemas con la pareja, es decir que ella se adapté a tus necesidades; disfrutar de la documentación de la historia tanto como de su desarrollo; empezar a reírte de la oportunidad perdida por esa editorial que te rechaza el original, es cuando empiezas a disfrutar con la escritura. Y te ves de nuevo ante la pared pintarrajeada con escenas de caza y las gentes de tu clan sentadas alrededor del fuego atentas a tu historia de héroes y villanos.

jueves, 27 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (Luis Besa)




Vanidad, expectativa de lucro y, sobre todo, risa y placer. O al menos eso pensaba.

Un día fui al zoo de Madrid, nunca olvidaré la pirámide de los papiones. Arriba, Papionazo, gordo, lustroso y solo. Los primates somos así; por afán de notoriedad consumimos cantidades ingentes de tiempo e ingenio, todo sea para estar gordo, lustroso y solo, sí, pero descollando en la cima de la pirámide. A resultas de mi encuentro con Papionazo comprendí que había que replantear la cuestión. Cuando una causa es tan global que vale lo mismo para un mono que para el hijo de mi padre, esa causa se convierte en mero comodín, vale para todo, luego no explica nada. A fin de cuentas, ¿puede concebirse algo más triste que renunciar a ser el protagonista de tu vida?

¿Vanidad?, baahh…

Pasemos a la expectativa de lucro. No juego a la lotería pero tampoco me resigno a cagarme en todo cuando el cuatro de julio tengo la extra tiesa y las vacaciones por pagar. Mi ilusión particular es buscar una editorial que juegue a la lotería por mí. Necesitaré mares de suerte, sí, pero tal vez algún día a Jorge le vendan una plaza de socio en el golf de La Moraleja (caso de que admitan editores, que me extrañaría). Por mi parte, dejaría algún pluriempleo y me compraría –de una tacada- horno pirolítico, un corta césped de gasolina, un curso de ultraligero. Sin chanchullos de letras ni pagos a 24 meses. De un golpe y en billetes de 50. Ahora bien, miro a mi alrededor y en la rifa del “salga de pobre escribiendo” hay otros 50.000 boletos (por lo menos) y, de momento, yo sólo juego con uno. Bastante será que a Jorge y a mí nos toque el reintegro. O sea que tampoco. Con las quinielas hay más probabilidades y es menos cansado.

Risa, placer, etc…

Escribo porque me parto. Es la verdad. Y resulta que tampoco conozco tantas maneras de pasármelo bien. A diferencia de Claudio Cerdán, no me va el rollo de amorrarme a Sálvame de Luxe y mandar SMS solidarios a Belén Esteban lamentando su cistitis. Ni salir de compras al “Luz de Castilla”. Ni las ferias medievales. Odio cordialmente las gilipolleces que monta el ayuntamiento para que gilipollas como yo hagamos bulto en titulares del tipo “Catorce mil gilipollas en…” A veces pienso que debería cultivar un huerto. Algo así como mi vecino, plantar lechugas, tomates y flores, pero las veces que lo he intentado he descubierto que un cuarto de hora dándole a la azada cansa. Cualquier otra actividad física no retribuida no es procesable en mi sistema operativo.

Antiguamente frecuentaba bares y restaurantes, en la barra me llamaban Don Luis y yo les respondía por el nombre y apellido y les preguntaba por los críos. Me cocía a Riojas y Riberas y de remate orujos El Afilador, pero entre la ley antitabaco, los puntos del carnet y lo jodidamente caro que está todo, cada día me pilla más abúlico. Ya no conozco a los camareros. Viajar al extranjero es algo que sólo haría por cosas del trabajo y llegado al caso.

No es tan fácil pasarlo bien. Tiendo a la sociopatía, y como tiendo a la sociopatía de vez en vez movilizo al niño, la niña y su madre y nos plantamos en plan terapia a alguna gilipollez de las que organiza el ayuntamiento. “Lo ves, Besa, esto no está tan mal”, me dice la parienta al confundir un rictus por el codazo que me arrea una gorda con un conato de sonrisa. “No está tan mal, una hora para aparcar, otra para sacar un ticket y otra viendo a un capullo hinchando burbujas gigantes”, pienso mientras digo, “claro cariño, esto es cojonudo”.

A veces es peor. Yo dependo de la rutina. Trabajo, salgo de trabajar, escribo una hora, juego un partidillo con el chaval en el jardín, repaso la lección con la mayor mientras frío rollitos o patatas y espero a que mi mujer termine del diario. Luego leo. Doy gracias a los dioses por ser un sociópata tan apacible y casero, y hago votos por el ritmo correcto del karma. Cuando por lo que sea el karma se trunca y estoy varios días sin escribir, a la vuelta soy como el que regresa de diez años en Sing Sing. Soy Atila cayendo sobre el teclado; le hago el amor a la máquina hasta que las teclas saltan y en la pantalla los colores se descalibran. Refugiados bajo la mesa camilla, los niños se santiguan acojonados. Soy así, escribo porque soy así.

Luis Besa

martes, 25 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (J. E. Álamo)


J.E. Álamo nació en 1960 en Leamington Spa (Inglaterra). Se enorgullece de haberse criado al son de los Beatles y el año de su venida a España coincide prácticamente con el lanzamiento del último disco del grupo de Liverpool. Desde entonces tiene claro que es un gafe.

Tras una vida de increíbles aventuras en los lugares más exóticos de la Tierra y parte del Universo, todas ellas fruto de sus delirios, asentó la cabeza. Lamentablemente, no recuerda dónde.

En el 2005 al ver que nada de lo preñado por su calenturienta imaginación se hacía realidad, le dio por escribir. Por extraño que parezca, ha conseguido publicar unos cuantos relatos y novelas.

Por si tales logros fueran escasos, añadiremos que ha conseguido premios en más de un certamen. Básicamente, diplomas muy chulos. Por si fuera poco, en una ocasión ganó dos camisetas que viste siempre que va de boda.

Tiene un blog (¿y quién no?): http://letrasparasonyar.blogspot.com/.

Escribir le satisface como pocas cosas en la vida. Le permite sacar sus monstruos más íntimos y darles algo de dignidad. No piensa dejarlo aunque solo su mujer lea sus desvaríos. La pobre tiene claro aquello de “en lo bueno y en lo malo” y está convencida de que “lo bueno” llegará algún día.

Nada más. Gracias por seguir ahí... Esto, ¿sigues ahí?


Joe Álamo

lunes, 24 de mayo de 2010

Mis razones para escribir (José Miguel Vilar)

La verdad es que ni siquiera me considero escritor. Me siento raro cuando alguien me lo dice. Quiero decir, ¿no es absurdo? “¿Tú qué eres?” “¿Yo? Escritor”. A mí me suena rarísimo. Como si dijeses: “¿Yo? Soy espadachín”. O “hago el pino”.

En mi caso lo de escribir es una excusa, porque me inventaba historias de niño, mucho antes de saber escribir. La letra es, digamos, el medio que he encontrado para hacerlas realidad. Pero el hecho es que no sé vivir sin imaginar historias. El tiempo que invierto en darles vida no me cansa, no existe. Ni siquiera me planteo si merece la pena o no. Si es útil o no. Es sólo eso: no puedo dejar de hacerlo. En los periodos en que no estoy metido en algún proyecto se me va la cabeza. Necesito fabular y dar rienda suelta a las ideas que me vienen y me van. Es una necesidad bastante material. Antes trataba de explicar todo esto con rollos místicos y poéticos, pero ¿para qué? Necesito contar. Es sólo eso. Necesito comunicarme con los otros. Y por eso escribo.


José Miguel Vilar