jueves, 17 de septiembre de 2009

Besos de aire y sueño


Un cursillo sobre autoestima, sobre control de personas agresivas, sobre autocontrol de nuestra propia ira. Quince personas en círculo. Hace frío; ya está avanzado noviembre. El lugar no es el más adecuado; sillas duras, de madera contrachapada, donde nuestros alumnos intentan acomodarse durante el día. ¿Cómo queremos que se estén quietos? Ningún culo decente aguanta esta rigidez mucho tiempo. La ponente habla con un tono muy estudiado, casi perfecto. Las palabras surgen entre sus labios con una fluidez envidiable; flexión de la voz, giros, variaciones sutiles de la entonación. Igual que las bebidas isotónicas, sus palabras son isotónicas y nuestros cerebros las absorben con rapidez. Sabe lo que se hace:

“¿Camino? Ser buenos, pacientes, comprensivos, disciplinantes y tolerantes a un tiempo. Saber cuándo es tiempo de garrotes y tiempo de abrazos.”

Y tú estás a mi lado, pelo cobrizo y ensortijado, nariz algo respingona, adornada con multitud de diminutas pecas. Igual podíamos estar en Edimburgo o en Dublín. Pasarías desapercibida. Los dos pasaríamos desapercibidos. Aquí no, ese rostro no. Eres deportista; evidencias, en la dureza aparente de tu muslo, en tus hombros bien torneados, perfectamente alineados en una espalda recta; y además hueles a jabón, no a colonia. Respiras despacio y parpadeas más despacio aún. Pareces atenta al discurso que revolotea desde el otro extremo del diámetro. Pero sabes que te estoy mirando a hurtadillas, que busco la menor ocasión para dibujar con el movimiento de mis ojos tu perfil puro, limpio, desde esa frente ligeramente lanzada hacia adelante hasta tus manos que reposan sobre el cuaderno de notas. Y en el camino, tu pecho, como se dice al uso, “turgente” o, también, “generoso”, sonriendo dentro de ese jersey burdeos de cuello alto. Hemos sido pareja en una actividad de grupo; todavía queda alguna gota de sudor del esfuerzo para que mis ojos no gritaran cuando se encontraban con los tuyos. Te sentías segura y disfrutabas viendo mi azoramiento infantil, cómo perdía el hilo de mi discurso cuando sonreías sin pestañear; y entonces tu sonrisa se hacía más patente y yo me rendía y te pasaba la palabra porque las mías me sonaban huecas, estúpidas, irreales.

Pero ahora estás pendiente de otro discurso. Este, sí, perfectamente construido. Y yo me evado de esa red de palabras donde no quiero quedar preso, cojo el bolígrafo y comienzo a escribir:

¿Cómo llegar a tu corazón? ¿Dónde está la llave del baúl de los sentimientos? Y la caja de Pandora de las emociones, ¿dónde quedó olvidada? Te siento tan cerca… te siento tan dentro… Deja entreabierta tu puerta. Pon aceite en la candela de la vida.

Debo hacerlo. Debo hablarte. No quiero una duda en mi pensamiento. Y sé cuál será tu respuesta. No suelo equivocarme. Nunca me equivoco; en el fondo de mi corazón nunca me equivoco. Siempre temo el “no”; siempre espero el “no”. ¿Cuándo cambiaré y empezaré a ser mejor yo, más yo?

Me siento lejos. Un atardecer. El mar. Frío junto a la orilla. Conversar. Ver cómo el sol te ilumina los ojos. Todo sigue. ¿Cómo penetraremos el uno en el otro?

A tu lado me siento confundido. Creo que me estoy equivocando. Eres sólo un espejismo, pero… ¡tan hermoso! ¿Qué guardas dentro de ti? Me gusta la elegancia de tu porte. ¿Es todo un engaño de mis sentidos? ¿Por qué siempre pretendo conoceros a través del cuerpo? Te mueves, reposas, me admiro ante tu pose, tu gesto. Y sueño. Sueño contigo más cerca de mí, desnudando sentimientos a la vez que te quito la ropa. Poco a poco, saboreando cada momento, cada paso, cada prenda que cae. Y llegamos a donde anhelamos llegar. A tu plena desnudez. Y recorro con mis ojos, con mis manos, superficies y rincones de tu cuerpo. Y descubro maravillado esa otra tú, esa mujer que aparece sobre tu piel cuando toco, cuando palpo las esquinas de intimidad que hay en ti.

Déjame que juegue con tu pie. Déjame soplar suave sobre tu pierna; déjame llegar, llegar apenas, sí, a la gruta sagrada de la ninfa, yo, fauno en mi delirio por ti. Mi lengua contra tu sexo, mientras el aire entra y sale, tiritando y con premura, de tu boca; mientras tus pechos, ahora descansando sobre la cama de tu cuerpo, suben, intenta escapar, caen para volver a levantarse, con el dedo índice de su pezón apuntando hacia el cielo de una habitación, quizás anónima, pero desde ahora inolvidable y querida.

Busco conocerte ahí, desnuda debajo de mí, desnuda a mi lado, con todos los labios de tu persona sonriendo a la vida, quedamente, con profundidad, con sabiduría. Sabes quién eres, sabes dónde estás, sabes dónde me he colocado yo, dónde me descubro al quedar desnuda mi persona ante ti.

Te alejas y vuelves. No tengas miedo. ¿O soy yo que leo cada movimiento, cada gesto? Me equivoco, no puedes ser verdad. Tú, desnuda, abierta, natural, entregada, no existes. Eres fruto de mis anhelos, de mi profunda soledad. Te he creado, como demiurgo, a mi complacencia. Tu cuerpo es real, muy real; pero tú no lo eres. No existes como persona viva, auténtica. Estás a mi lado y, en realidad, no existes. Nunca existirás. Yo te forjé y deberé asistir a tu desaparición. Cuando nos levantemos, cuando hables, todo habrá acabado. Y yo romperé estos folios. Palabras que sólo manifiestan mi deseo, mi tremendo deseo de existir, de sentir la vida, de encontrar un sentido a este día que muere antes de que otro nazca. No eres para mí, lo sé. Pero mi intención es quedarme así, desnudo de ti, como llegué. ¡Cómo duele el calor de la vida cuando la tienes tan cerca!

Rojo sangre en tus labios; rojo sangre en tu cara. Ellos miran. Sabes que lo saben. Rehuyes el contacto accidental conmigo. Temes que todos se den cuenta. Pero tú sabes que lo sospechan. O quizás la conciencia de esta realidad que ahora nace te inquieta. ¿Qué se ha descolocado en tu vida? ¿Y en tu corazón? Déjate llevar. ¿Sientes ese gusanillo que te mete cosquillas en el estómago? Deja que te corroa, que se adueñe de ti. Disfrutarás. Encontrarás que la vida tiene muchas facetas. Una puedo ser yo, los momentos que vivas junto a mí. Relaja tu tensión. Tenemos tiempo. Hazte poco a poco a la idea. ¿Por qué te cuesta soñar? ¿Te asusta? ¿Temes encontrar una ventana nueva hacia la felicidad? Si supieras cuántos lugares por visitar, cuántos secretos que contar, tantos y tantos atardeceres que ver juntos… Te dibujas en el fondo de la caverna. Veo tu sombra sonreír. Acércate. Deja que te acaricie. Deja que tu sombra me rodee, me posea, me abrace. Un beso. Sólo un beso, aunque sea aire, aunque sea viento, aunque sea sueño.

José Luis Hellín

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