lunes, 3 de noviembre de 2008

Hay on Wey


La idea era aprovechar el patrimonio de Segovia para, durante cuatro días, llenarlo de charlas de autores, editores, libreros... Utilizar las decenas de espacios de la ciudad medieval para conciliar puntos de encuentro entre autores y lectores. Y funcionó. Me estoy refiriendo al Hay Festival , que se desarrolla en otoño en Segovia y en primavera en Granada. Sobre 70 autores desfilaron por Segovia el pasado septiembre y unos 7,000 espectadores pagando sus mil pelillas por participar en el evento.

El Hay Festival se llama así porque nació, en la localidad galesa de Hay on Wye (I Gelli, en gaélico). Se trata de un pueblo que no llega a mil habitantes con 50 librerías, abiertas todo el año. Sí, 50 librerías, no es una errata. Esto es así por la particular cultura del shoping de los ingleses, pero no quiero extenderme en eso ni en el fenomenal paisaje de campiña. Queda pendiente porque realmente vale la pena, pero no aquí.

La cosa es que invitado por la organización, de gorra total, me planté allí el pasado mayo. Y señores, vi la luz. El pueblo está bien, la gente muy civilizada y la comida inglesa... pues inglesa. Comparado a Segovia, el festival es feo de caerse, carpas impersonales en medio de un barrizal. Muy inglés, practicidad y punto. La diferencia es que en lugar de 60 autores por ahí pasan, durante una semana, 200 escritores, otros tantos editores, agentes, periodistas... Y 150.000 espectadores, desplazados para la ocasión y que pagan, y no poco, por escuchar a sus autores favoritos.

Bien. Digo que vi la luz porque me parachutaron de un día para otro en las tripas del sector editorial inglés, en un tímido intento de la cultura inglesa de abrirse, al menos, a la segunda potencia editorial, la española. (Allí pasan de traducir, ¡para qué!, si tienen de todo...)

¿Saben qué me llamó más la atención? Obviamente, no la diferencia de tamaño sectorial. En España los libros mueven 5.000 millones (¡y somos los segundos del mundo!), en Inglaterra deberían multiplicar eso por 10 o por 100. No. Lo que más me llamó la atención fue la inexistencia de dirigismo cultural.

Me explico. En Hay on Wye departían varios nobeles junto al típico escritor de bodrios de autoayuda. Un cocinero mediático y una autoridad en física cuántica. Nadie hacía distingos de este es bueno y ese es malo. No percibí ese “elitismo” que aquí practicamos tanto entre cultura de la buena y cultura de la mala. Todo es negocio, todo es libro, y el lector, el cliente, es el rey. Me gustó esa democracia intelectual donde un libro carece de valores objetivos, sino que es bueno o malo en función de si logra o no cumplir las expectativas (las que sean) del señor que se toma la molestia de pagar un pico por un libro.

Miren, a mí particularmente me aburre la novela histórica. Me gusta la CF. Pero no se me ocurre pensar que mi padre es tonto porque aborrece la CF y sólo lee novela histórica. En Inglaterra entendí que la bondad de un libro es responder a la expectativa suscitada EN EL LECTOR. Que al lector le da por consumir un libro de narrativa romántica (de tanto tirón en Inglaterra), vale. Que lo que le gusta es un ensayo sobre lógica-matemática, vale también. Que es un palo escribir con la vista puesta en el lector. Puede. Pero eso tiene un nombre: OFICIO. Escribir para la gente.

Nota. De algún modo los escritores, incluso los aprendices, somos las putas de las fantasías ajenas. Cobramos (esa es la idea) para construir en palabras un mundo para un determinado lector. Y de nuestra capacidad para complacer al cliente depende el valor de nuestra obra. Se puede ver de otra forma, cierto. Pero ésta me gusta especialmente.


Luis Besa

www.luisbesa.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un artículo de lo mas significativo.

PokoYo.