
Me la regalaron (es posible que nunca la hubiera comprado), y una vez en mis manos, me dije: ¿por qué no? Vamos a meterle mano. 1.180 páginas pesan lo suyo, y más en tapa dura. Esto lo digo porque no es un libro para leer en el metro.
Como es fácil colegir, es la continuación de Los pilares de la Tierra, obra sin duda de gran éxito de crítica y público (que ya es decir, juntar las dos cosas).
La acción principal se desarrolla en la misma ciudad de Kingsbridge, 200 años más tarde, y aunque la catedral se encuentra presente en toda la novela, no es lo principal de ella. Si es cierto que nos encontramos con construcciones -un puente, casas, hospital e incluso todo un planeamiento urbanístico de una isla que para si lo quisiera el pocero. Ken Follet ha elaborado una obra monumental donde encontramos una crítica feroz al cinismo de la Iglesia de la época, con su control sobre la población inglesa. El prior Godwyn representa la antítesis de Merthin, el constructor. Dos personajes en los que a través de sus enfrentamiento, el autor nos va mostrando la evolución feudal de Inglaterra.
He aquí otra faceta mu

El oficio de Follet, le permite enlazar sin ninguna ruptura las distintas subtramas de la novela. En ellas, además de las ya señaladas, encontramos una historia de amor dibujada sin remilgos con escenas cargadas de erotismo. La protagonista de esta historia, Caris, una monja que lucha por hacerse un lugar como persona (lo cuál no sería poco en aquella época), se enfrenta a las sucesivas plagas de la peste, que asolaron Europa.
Las aventuras guerreras de Eduardo III por tierras de Francia, son una excusa perfecta para formular una crítica feroz a las atrocidades de la guerra. La necesidad de Caris de encontrar al Rey para...(dejemos algo para la lectura del libro), permiten a Follet diseccionar los argumentos que pudieran existir para defender las aventuras guerreras por "quitame allá esas tierras".
Personalmente he disfrutado de la lectura del libro, ya que salvo un momento en el primer tercio del libro, el conjunto engancha al lector.
Sin embargo, también creo que lo sobrarían perfectamente 200 páginas, especialmente en las que se recrea en ciertos tejemanejes de monjes y personal de mal vivir.
Carlos Muñoz
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