Portada de libro El camino del acero que próximamente saldrá en formato electrónico.
(de Francisco Pacheco)
No existe una razón clara y última por la que uno escribe, sino más bien una nebulosa de razones oscuras que luchan unas contra otras para explicar el conjunto. La mayor parte de los escritores no sabe a ciencia cierta por qué escribe y tiene que tirar del hilo para desentrañar este misterio.
Una de esas razones es el deseo de notoriedad, de fama, influir en las mentes de los demás mientras leen tu libro, apoderarse de ellos durante ese breve lapso en el cual les sumerges en un mundo de tu creación. En el fondo de todo ello está la vanidad y el deseo de poder egocéntrico inherente a todo ser humano. Esa podría ser una razón, más o menos poderosa en unos u otros escritores. En mi caso está ahí, pero aunque sí es fuerte (para qué negarlo), no es la más.
Otra razón es transmitir una serie de sensaciones e ideas que nos han marcado, que han impreso nuestra huella en nosotros, provenientes de otros escritores anteriores. No se trata de plagiar, no es transmitir un texto entero, sino más bien un estado de mente y corazón, el que te produjeron tus ídolos literarios, los auténticos guías. Esa potencia parece quemarte dentro y necesitas sacarla mediante los escritos. ¿Quién no se ha sentido atrapado por una idea sobre un libro que ni siquiera le dejaba dormir o pensar en otra cosa? Así, escribir sería casi una terapia, una liberación, algo más necesario que voluntario. Es entonces cuando se escribe sin parar y el libro sale como un tiro.
En mi caso, la razón más poderosa es de tipo hedonista. Me gusta escribir por el placer de crear mi propia aventura, mi propio mundo, mis propios personajes y jugar con ellos, crear las historias que más me gustaría leer. Los libros más gratos de escribir son los que uno nunca confía en publicar. De tal modo no existe la presión del qué dirán, ventas, críticas, opiniones, etc. Solos tu libro, tu mundo, tus personajes y tú. Se trata de vivir tu propia aventura a través de tu imaginación. Esta es la más hermosa de las razones y es la que debería imperar entre los escritores, porque de tal modo se escriben los libros más honestos, tengan o no éxito después.
Tampoco creo que uno pueda escribir sólo cuando sufre el toque divino de la inspiración. En esto del escribir ocurre como en el boxeo: un 10% de talento y un 90% de aliento. El talento sin el aliento no va a ninguna parte. No sólo la técnica, el estilo y otros factores "formales" se pueden moldear y trabajar con el tiempo... La creatividad también puede entrenarse y fortalecerse como un músculo. Uno puede expandir su imaginación de forma voluntaria a través de sus lecturas y el trabajo de creación literaria. La diferencia es que el músculo tiene un límite de crecimiento, pero los límites de la imaginación humana no están definidos (si es que existen). Tal vez no haya otros límites, más que los impuestos por nuestra mente racional.
Y no entiendo a los escritores que sufren, se quejan, no les gusta o piensan que escribir es un proceso existencial difícil, incluso doloroso. En el fondo de todo esto hay mucha pereza, oculta tras rimbombantes palabras, pues escribir es una actividad que requiere trabajo y disciplina. O tal vez tengan encima la presión sobre el futuro de su libro en el mercado editorial, y el mayor de nuestros miedos: el qué dirán. Pero si uno se olvida del mundo exterior y vive sólo en el presente de su propia creación, las historias van saliendo de manera fluida, fácil, natural, perfecta. Escribir es una de las labores más gratificantes y maravillosas que he conocido, es lo que nos aleja de la vulgaridad y la rutina cotidiana, nos hace dioses de nuestros propios mundos inventados, somos creadores que disfrutan de su propia obra, no nos limitamos a absorber lecturas, sino a crearlas. Es algo activo, no pasivo. Sus resultados son enorgullecedores y nos recreamos en ellos, como el padre que ve a su hijo dar sus primeros pasos. Y es que en realidad nuestros textos son nuestros hijos y vivimos a través de ellos.
Quien escribe es porque tiene algo que decir y siente la necesidad perentoria de hacerlo. Es posible que actualmente se escriba mucho, quizá excesivamente: entrar en la biblioteca pública me produce el desasosiego de saber que necesitaría muchas vidas para poder leer siquiera unos pocos de los estantes repletos de libros que me rodean. ¿Para qué seguir escribiendo, pues? ¿Para qué seguir provocando desasosiego en los demás?
Tal vez la literatura no sea más que sueños “congelados” en tinta y papel (o en bits, por lo del libro electrónico). Contar historias a los demás es una necesidad ancestral del ser humano, una manera de ensanchar el mundo, de hacerlo más habitable. Es como si a los humanos nos afectase una especie de horror al vacío; para eso está el escritor, para difuminar los límites del mundo real y ampliarlo hasta casi el infinito con sus historias, con sus mundos reales o inventados, con sus vivencias extraordinarias que dotan a la vida de eso que tanto nos gusta: el “factor sorpresa”, al cual nos espera a la vuelta de una página de una novela cualquiera
Un día pensé que no deberíamos escribir más; que ya hay demasiados libros, que ya está todo dicho y todas las historias se han narrado ya, con todas sus variaciones. Lo que nos tocaría a continuación sería clasificar todos los libros escritos hasta ahora, conocerlos y disfrutarlos, desechar los que no sirven y ensalzar los mejores en los escaparates de nuestras bibliotecas y librerías.
Pero ¿quién está dispuesto a levantar los muros de ese olimpo cerrado de las letras? ¿Acaso puede alguien en sus cabales creer que ya está todo dicho? No. La literatura no es un corpus que pueda cerrarse. Mientras exista civilización será necesario que alguien escriba, porque escribir es, también, ordenar el mundo, explicarlo, entenderlo. Quizá por eso siga escribiendo algunas cosillas en el futuro…
Primicia. La cubierta definitiva, a falta de tipografía, de la próxima novela de Fernández Madrigal, El tapiz invisible.
Francamente, si escribir tuviera algún motivo racional, estaríamos viviendo en Vulcano y separando los dedos de las manos constantemente. Yo escribo porque me gusta. Ahora, claro. En su momento, cuando empecé, me lancé a escribir por el irrefrenable impulso que tenemos los simios a imitarnos unos a otros. Es decir: leía mucho. Llevaba leyendo desde que una cosa cuadrada que se separaba en hojas cayó en mis manos, momento que no situaré ya en el tiempo porque siempre negaré que yo pudiera vivir una década tan cursi y hortera como la de los setenta, y como leía mucho, podía explicarles a mis amiguitos que "Walt Disney" se escribía con uve doble y no con ge, lo que me hacía sentirme superior (más tarde se encargaron de tirarme balones de fútbol a la cara para bajarme los humos). Tras los Don Mickeys vinieron los verdaderos primeros libros: no otros que Alfred Hitchcok y los Tres Investigadores, en los que obviamente no pude sino identificarme con Jupiter Jones, verdadero cerebro de la banda a la hora de desentrañar grandes misterios relativos a los ruidos que emitía un loro. Esos libros no me duraron mucho, porque cuando mis familiares venían de Barcelona a Córdoba a pasar el verano (hay que tener valor), y me traían a mí y a mi hermano uno que no teníamos, lo devorábamos en una hora o así, con lo que se quedaban con cara algo rara. Cuando ya tenía marcas indelebles de balones de reglamento me atreví con las obras de Julio Verne, que era algo serio porque no tenían dibujos y sí muchas páginas y letra diminuta, sólo apta para los niños grandes. Me entusiasmaron, a pesar de que ahora no podría soportar las descripciones de las innumerables especies marinas con que se cruzaba el capitán Nemo. Luego vino Tolkien, luego Stephen King, luego Asimov... y luego el infinito y más allá. En medio de eso (especialmente por culpa de Tolkien) me dije que yo no iba a ser menos y empecé una trilogía que se quedó en veinte páginas escritas con boli rojo en una libreta que se perdió, afortunadamente. Mucho más tarde me pidieron que hiciera un relato para la revista de la Facultad, y a partir de ahí retomé la escritura y gracias a mi esposa conseguí hasta publicar. ¿Por qué retomé la escritura para no dejarla ya? Pues porque me gustaba mucho leer, claro.
Afirma el sabio que en este país se lee poco porque todo el mundo anda escribiendo una novela, en muchos casos “la novela”. Pero lo paradójico resulta que los que escribimos somos precisamente los que más leemos, luego no se explica la escasa venta de libros. Yerra sin duda el sabio.
No carece de interés y relevancia la cuestión de ¿por qué escribir? Alguna vez me lo han planteado, ¿y por qué haces eso, para pasar el rato?, y no sé que me ha causado más estupor si la pregunta o la expresión de extrañeza; como si fuese más normal emborracharse todos los sábados o correr cien kilómetros en bicicleta un domingo por la mañana. Todas las historias, todas las tramas, ya han sido contadas. El primer Cromagnon que enguarró las paredes de su cueva con dibujos y pinturas preparaba el escenario donde iba a relatar a sus convecinos una bonita novela para entretener sus temores nocturnos.
La primera vez que uno se pone a hilar frases lo hace empujado por una idea, en ocasiones apenas un germen; tal y como va llenando páginas es asombroso como la historia toma forma y las mas de las veces escapa incluso a la voluntad del autor. La sorpresa alcanza el ¡oh! cuando el final previsto encaja perfectamente cumpliendo aquella máxima expresada por Chéjof, creo recordar: “El clavo que aparece en la primera escena ha de servir para que el protagonista se cuelgue de él al final de la obra”.
Casi inmediatamente, ciego de engreimiento, el autor comienza a trabajar en una segunda novela convencido que el mundo acaba de hallar al próximo premio Planeta. Este segundo relato mucho más elaborado, menos impulsivo, más artificioso, siempre a la busca de la pretenciosa originalidad, del sinónimo mas culto, coincide con la recepción de los primeros rechazos editoriales. No es la humildad una virtud propia de la idiosincrasia humana, somos arrogantes por naturaleza, por algo fuimos creados a imagen y semejanza del Gran Soberbio, y el penoso peregrinaje del novel por el laberinto de editoriales grandes y pequeñas… Pero de eso hablaremos otro día. El ingrato trato del novel con las editoriales significa una merma en la autoestima, en ocasiones ya devaluada de por sí, pero también es una cura contra el narcisismo, la egolatría y cierto onanismo creador. La cuestión es que si uno logra obviar y/o comprender el aluvión de rechazos y consigue soslayar la trampa de la autoedición, a partir de ese momento comenzará a escribir por la única razón, o al menos la principal, por el puro y simple placer de contar una historia.
Porque a eso se reduce todo finalmente, tras superar los problemas con la pareja, es decir que ella se adapté a tus necesidades; disfrutar de la documentación de la historia tanto como de su desarrollo; empezar a reírte de la oportunidad perdida por esa editorial que te rechaza el original, es cuando empiezas a disfrutar con la escritura. Y te ves de nuevo ante la pared pintarrajeada con escenas de caza y las gentes de tu clan sentadas alrededor del fuego atentas a tu historia de héroes y villanos.
Vanidad, expectativa de lucro y, sobre todo, risa y placer. O al menos eso pensaba.
Un día fui al zoo de Madrid, nunca olvidaré la pirámide de los papiones. Arriba, Papionazo, gordo, lustroso y solo. Los primates somos así; por afán de notoriedad consumimos cantidades ingentes de tiempo e ingenio,todo sea para estar gordo, lustroso y solo, sí, pero descollando en la cima de la pirámide.A resultas de mi encuentro con Papionazo comprendí que había que replantear la cuestión. Cuando una causa es tan global que vale lo mismo para un mono que para el hijo de mi padre, esa causa se convierte en mero comodín, vale para todo, luego no explica nada. A fin de cuentas, ¿puede concebirse algo más triste que renunciar a ser el protagonista de tu vida?
¿Vanidad?, baahh…
Pasemos a la expectativa de lucro. No juego a la lotería pero tampoco me resigno a cagarme en todo cuando el cuatro de julio tengo la extra tiesa y las vacaciones por pagar. Mi ilusión particular es buscar una editorial que juegue a la lotería por mí. Necesitaré mares de suerte, sí, pero tal vez algún día a Jorge le vendan una plaza de socio en el golf de La Moraleja (caso de que admitan editores, que me extrañaría). Por mi parte, dejaría algún pluriempleo y me compraría –de una tacada- horno pirolítico, un corta césped de gasolina, un curso de ultraligero. Sin chanchullos de letras ni pagos a 24 meses. De un golpe y en billetes de 50. Ahora bien, miro a mi alrededor y en la rifa del “salga de pobre escribiendo” hay otros 50.000 boletos (por lo menos) y, de momento, yo sólo juego con uno. Bastante será que a Jorge y a mí nos toque el reintegro.O sea que tampoco. Con las quinielas hay más probabilidades y es menos cansado.
Risa, placer, etc…
Escribo porque me parto. Es la verdad. Y resulta que tampoco conozco tantas maneras de pasármelo bien. A diferencia de Claudio Cerdán, no me va el rollo de amorrarme a Sálvame de Luxe y mandar SMS solidarios a Belén Esteban lamentando su cistitis. Ni salir de compras al “Luz de Castilla”. Ni las ferias medievales. Odio cordialmente las gilipolleces que monta el ayuntamiento para que gilipollas como yo hagamos bulto en titulares del tipo “Catorce mil gilipollas en…” A veces pienso que debería cultivar un huerto. Algo así como mi vecino, plantar lechugas, tomates y flores, pero las veces que lo he intentado he descubierto que un cuarto de hora dándole a la azada cansa. Cualquier otra actividad física no retribuida no es procesable en mi sistema operativo.
Antiguamente frecuentaba bares y restaurantes, en la barra me llamaban Don Luis y yo les respondía por el nombre y apellido y les preguntaba por los críos. Me cocía a Riojas y Riberas y de remate orujos El Afilador, pero entre la ley antitabaco, los puntos del carnet y lo jodidamente caro que está todo, cada día me pilla más abúlico. Ya no conozco a los camareros. Viajar al extranjero es algo que sólo haría por cosas del trabajo y llegado al caso.
No es tan fácil pasarlo bien. Tiendo a la sociopatía, y como tiendo a la sociopatía de vez en vez movilizo al niño, la niña y su madre y nos plantamos en plan terapia a alguna gilipollez de las que organiza el ayuntamiento. “Lo ves, Besa, esto no está tan mal”, me dice la parienta al confundir un rictus por el codazo que me arrea una gorda con un conato de sonrisa. “No está tan mal, una hora para aparcar, otra para sacar un ticket y otra viendoa un capullo hinchando burbujas gigantes”, pienso mientras digo, “claro cariño, esto es cojonudo”.
A veces es peor. Yo dependo de la rutina. Trabajo, salgo de trabajar, escribo una hora, juego un partidillo con el chaval en el jardín,repaso la lección con la mayor mientras frío rollitos o patatas y espero a que mi mujer termine del diario. Luego leo. Doy gracias a los dioses por ser un sociópata tan apacible y casero, y hago votos por el ritmo correcto del karma. Cuando por lo que sea el karma se trunca y estoy varios días sin escribir, a la vuelta soy como el que regresa de diez años en Sing Sing. Soy Atila cayendo sobre el teclado; le hago el amor a la máquina hasta que las teclas saltan y en la pantalla los colores se descalibran.Refugiados bajo la mesa camilla, los niños se santiguan acojonados.Soy así, escribo porque soy así.
J.E. Álamo nació en 1960 en Leamington Spa (Inglaterra). Se enorgullece de haberse criado al son de los Beatles y el año de su venida a España coincide prácticamente con el lanzamiento del último disco del grupo de Liverpool. Desde entonces tiene claro que es un gafe.
Tras una vida de increíbles aventuras en los lugares más exóticos de la Tierra y parte del Universo, todas ellas fruto de sus delirios, asentó la cabeza. Lamentablemente, no recuerda dónde.
En el 2005 al ver que nada de lo preñado por su calenturienta imaginación se hacía realidad, le dio por escribir. Por extraño que parezca, ha conseguido publicarunos cuantos relatos y novelas.
Por si tales logros fueran escasos, añadiremos que ha conseguido premios en más de un certamen. Básicamente, diplomas muy chulos.Por si fuera poco, en una ocasión ganó dos camisetas que viste siempre que va de boda.
Escribir le satisface como pocas cosas en la vida. Le permite sacar sus monstruos más íntimos y darles algo de dignidad. No piensa dejarlo aunque solo su mujer lea sus desvaríos. La pobre tiene claro aquello de “en lo bueno y en lo malo” y está convencida de que “lo bueno” llegará algún día.
Nada más.Gracias por seguir ahí... Esto, ¿sigues ahí?
La verdad es que ni siquiera me considero escritor. Me siento raro cuando alguien me lo dice. Quiero decir, ¿no es absurdo? “¿Tú qué eres?” “¿Yo? Escritor”. A mí me suena rarísimo. Como si dijeses: “¿Yo? Soy espadachín”. O “hago el pino”.
En mi caso lo de escribir es una excusa, porque me inventaba historias de niño, mucho antes de saber escribir. La letra es, digamos, el medio que he encontrado para hacerlas realidad. Pero el hecho es que no sé vivir sin imaginar historias. El tiempo que invierto en darles vida no me cansa, no existe. Ni siquiera me planteo si merece la pena o no. Si es útil o no. Es sólo eso: no puedo dejar de hacerlo. En los periodos en que no estoy metido en algún proyecto se me va la cabeza. Necesito fabular y dar rienda suelta a las ideas que me vienen y me van. Es una necesidad bastante material. Antes trataba de explicar todo esto con rollos místicos y poéticos, pero ¿para qué? Necesito contar. Es sólo eso. Necesito comunicarme con los otros. Y por eso escribo.
Espero que no se note demasiado que mi sonrisa es fingida. Mi jefe cacarea estentóreamente como si su chiste hubiera tenido alguna gracia. Emito un “je, je” tan poco entusiasta que no desentonaría en un velatorio. El tipo de administración se está descojonando. Se sujeta a la esquina de la mesa como si estuviera a punto de caer al suelo. Si alguien cambiara sus fingidas carcajadas por gemidos, parecería que estuviera a puntito de correrse. Me apresuro a sacar de mi mente esa imagen. “Je, je”, río yo con un rictus helado en mi rostro.
—Y ahora, muchachos, sed proactivos —dice el jefe entre risas mientras pega una fuerte palmada en la mesa. Le encanta hacer eso. Dios, cómo me gustaría que alguien inventara las chinchetas transparentes. Pagaría por una lo que me pidieran.
Salimos de su despacho como groupies rechazadas. Las risas cesan automáticamente en cuanto la puerta se cierra. Creo que el tipo de administración ha tenido un carcajeus interruptus. Me mira sobre sus gafitas llenas de grasa (probablemente procedente de sus cuatro pelos repeinaos al estilo cortinilla raída).
—Ya has oído. Tienes que darme hoy mismo las previsiones de los próximos trabajos. —Sé que está disfrutando con mi marrón. Cabrón miserable.
Me encamino hacia mi pequeño despacho. No tengo ni idea de cuáles pueden ser esas previsiones. Según los informes sobramos todos y antes de que acabe el trimestre nos iremos al paro de forma irremediable. Y mientras, el jefe hace chistes...
Al pasar por marketing veo a las dos becarias (en realidad ellas no son culpables de que despidieran a la chica que estaba antes, ahora la empresa se ahorra una pasta). Son jóvenes y guapas. Están muy juntas frente al monitor viendo un vídeo de Youtube. Levantan la vista y cuando ven que soy yo sonríen y siguen a lo suyo. A una de ellas se le escapa una carcajada tan refrescante como una de esas cervezas de las que me privo para no echar más barriga. Se ríen, probablemente algún gatito acaba de caerse en un charco. Su risa es sincera y espontánea, todo lo contrario a la del cabrón de administración. Una de ellas lleva una camiseta bastante escotada con Maggie Simpson impresa ofreciéndome su chupete. Estoy tentado de asomarme un poco, pero cierro los ojos. No hay nada que hacer, son tan inalcanzables como la paz mundial o que yo logre hacer tres abdominales. A veces me duele mirarlas. O escuchar sus jóvenes risas. Me recuerdan todo lo que ya no conseguiré. Todo lo perdido.
Sigo adelante arrastrando los dedos por la pared. Necesita una mano de pintura. Ya nadie se la dará. La máquina de café vuelve a mostrar el post-it “Se traga la pasta”. Mira, como el director general. En mi cubículo los papeles se amontonan en la mesa. Me dejo caer en la silla, evito el muelle que siempre intenta colonoscopizarme. Han capado internet, ni siquiera puedo escuchar Spotify (sin embargo en marketing pueden ver Youtube, no te jode). Miro los informes como si acabaran de brotar de una alcantarilla. Me gustaría fundirlos a golpes.
Esta noche al llegar a casa me desahogaré, puede que mate a varias personas. O quizás destruya el mundo. Es lo que tiene escribir. Sí, lo haré. Me encanta escribir. Me libera.
¡Oh, mierda! No me acordaba. Mis suegros estarán en casa, vienen a pasar una larga temporada. Y todavía tengo pendiente la conversación que mi mujer me ha pedido que mantenga con nuestra hija porque va desenfrenada y ha suspendido seis. Joooder. Hogar, dulce hogar…
En cuanto pueda ponerme a escribir, destruiré todo el puto universo. Lo juro. Y... ¿aún me preguntas las razones por las que escribo?
Para no tener que corregir exámenes de mis alumnos.
Para no tener que corregir redacciones de mis alumnos (la culpa es mía por mandárselas).
Por la pasta.
Por la pasta y para no corregir.
Porque lo hago sentado.
Porque el flamante PREMIO ASTRO 2010 tiene que escribir.
Porque así siento que he hecho algo útil a lo largo del día (vale, dar clase también es útil, pero menos).
Porque no quiero que digan que Juan Manuel de Prada es el único que escribe en este país.
Porque quiero tener algún día tantos libros publicados como César Vidal (832 a día de hoy, 854 la semana que viene).
Porque así uso mi ordenador nuevo y tengo excusa para ponerme mi sombrero de escritor.
Porque quiero irme al Caribe con Dan Brown.
Porque escribir me permite a veces sonreír y pasarlo bien contando mentirijillas como las que acabas de leer. Espero que nadie se haya sentido ofendido. En realidad, escribo...
...porque verme publicar ha sido una alegría para mi familia, que también me vio recibir muchas cartas de negativa desde las editoriales; porque necesito escribir tanto como respirar, e incluso más, y sé que mis personajes merecen que su historia sea contada, aunque con ello queme mi vida delante de un teclado; por mis gatas, que se echan en mi regazo mientras escribo; por esa alumna que anhela ser escritora y para la que quiero ser un buen ejemplo; por mi chica (ni escribiría, ni haría nada sin ella); por mi padre y mi hermana, que se partirían la espalda para darme cobijo y sustento si un día cualquier les dijese que no quiero hacer otra cosa más que escribir; y por mi madre, que ya no está, pero siempre estará.
Gabriel Guerrero ha publicado en El Heraldo del Henares, una entrevista al gandor del Premio Astro que reproducimos integra.
Equipo Sirius y la Universidad Autónoma de Madrid apadrinaron la entrega del primer Premio Astro de ficción científica Internacional que se realizó el pasado 23 de marzo en la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España (c/Zurbano, 3 de Madrid). El acto comenzó con la proyección del cortometraje "Mama", de Pablo Berger. A continuación, Don Cayetano López Martínez, Catedrático de Física y Director del CIEMAT propuso la reflexión "La ciencia en la ficción". Y, por último, el jurado anunció al ganador de esta primera edición, cuyo premio entregó Jorge Ruiz, editor de Equipo Sirius.
Fue una velada entretenida, amena e interesante. Cayetano López Martínez expuso una trabajada reflexión de lo más destacable del genero de ciencia-ficción, sorprendiendo a más de uno por la riqueza y variedad de sus contenidos.
Los finalistas habían sido:
Acceso restringido, de Juan Miguel Duarte.
Advent, de Laurent Luter
Ishterión, de Spooky
La sombra de la luz, de 01101101 11101101
Neogénesis, de Sara Birzal.
Me consta que las obras seleccionadas como finalistas destacaron por su alto nivel tanto de contenidos como de formas. Mis felicitaciones a sus autores.
Y el premio fue para Enrique Cortés por la obra titulada: “La sombra de la luz”.
A continuación os ofrezco una entrevista con el autor ganador del Primer premio Astro 2010 de ficción científica.
1. ¿Cómo surgió la idea de tu novela, en qué te inspiraste?
A menudo las ideas para escribir surgen de repente. Mientras charlas, paseas o escuchas una conversación salta la chispa. En este caso, creo recordar que fue una frase de una canción de Enrique Bunbury: “y el espacio es un lugar tan vacío sin ti…”. He vivido ocho años en Madrid y sé que hasta la ciudad más grande puede parecer vacía si sientes la ausencia de un ser querido.
2. Los que asistimos pudimos disfrutar de una emotiva carta de agradecimiento por el premio. ¿Qué significa para ti? Por cierto, firmaste tu nombre de forma muy original en código binario. ¿Por qué motivo?
Este premio llega en un momento muy importante de mi vida. Mi madre está muy enferma y he tenido la oportunidad de ofrecérselo. Además, por supuesto, es emocionante que personas que saben tanto de ciencia y literatura reconozcan mi pequeña obra.
01101101 11101101es una especie de homenaje. Las máquinas nos ayudan a escribir, nos sirven para comunicarnos, nos permiten romper las barreras de la distancia… y tienen un importante papel en la novela. Quería firmar en su lenguaje, mucho más cercano a nosotros de lo que pensamos. Recuerdo que cuando salieron publicados los finalistas, alguien, al ver mi seudónimo, escribió en un foro: “¡A ver si va a ganar el premio una impresora!”.
3. ¿Cómo definirías el género de ciencia-ficción?
Como la parte de la literatura de ficción que permite especular con las infinitas realidades posibles y presentar alternativas futuras, presentes o pasadas de nuestra realidad donde las ciencias, los experimentos sociológicos o cualquier otra variable hayan dado lugar a una nueva realidad que merezca la pena ser narrada.
4. ¿Tus autores y obras favoritas?
Soy un amante de la Literatura de la Antigüedad, desde la épica del Gilgamesh sumerio hasta los cuentos del Panchatantra hindú. De la literatura española, me quedaría con los siglos XV al XVII: Lope de Vega, Cervantes, Góngora… Considero que siempre tendrá más sentido leer a Jorge Manrique o a Quevedo que alimentarse de best sellers encumbrados por las adaptaciones cinematográficas de Hollywood. Además, es mucho más entretenido.
5. ¿Cómo te iniciaste en el fascinante y, a veces, complejo arte de contar historias?
No recuerdo el primer relato que escribí, pero sí el primer libro que me envolvió con su magia. Fue El Hobbit, de Tolkien. Yo estaba enfermo, con gripe, y mis padres me lo trajeron de la biblioteca. Comola Game Boy se había quedado sin pilas, empecé a leer, y pasé los siguientes días enganchado a la historia. Cuando volví al colegio, descubrí que había hecho mi primer “amigo de papel”, mi querido Bilbo Bolsón.
6. ¿Qué nuevos proyectos tienes entre manos?
De momento, seguir dando clases a chavales de entre 12 y 18 años. En lo literario, hoy en día genero ideas a mayor ritmo del que soy capaz de alcanzar al escribir (nunca aprendí mecanografía, por lo que me apaño con tres o cuatro dedos). Tengo un par de cajones llenos de cuentos y novelas, pero irán saliendo poco a poco. No tengo ninguna prisa en publicar y prefiero que lo que salga, salga bien limado.
7. ¿Cómo ves el actual estado de la ciencia-ficción en general y de la española en particular?
Excepcional. Personalmente, estoy bastante harto de novelas que cuentan la-historia-de-mi-abuelito-en-la-Guerra-Civil, relatillos de templarios, novelas pseudohistóricas en las que el autor sólo sabe de Historia lo que ha buscado en la Wikipedia y libritos que relatan el redescubrimiento de la sexualidad por parte de una mujer pasados los cincuenta. Hay mucho de lo mismo, hasta la saciedad. Las autoras y autores de ciencia ficción, y destaco muy especialmente los españoles, están rompiendo estos moldes y buscando ideas nuevas y frescas, experimentando con el relato y logrando resultados que quizá no consiguen colarse en las estanterías de más vendidos de los hipermercados, pero que sin duda ofrecen una lectura amena y original. Además, tenemos la suerte de contar con grandes lectores y editores, como la gente del Equipo Sirius, que invierten su tiempo y su dinero para dar a conocer la ciencia ficción española.
8. ¿En qué crees que se diferencia este género literario del resto?
La ciencia ficción es el género abierto por excelencia, abierto y sin miedo a innovar, abierto y sin deseos de repetir ochenta mil veces lo mismo. Hoy en día, sus tramas son el referente constante de las grandes películas y series de televisión, como Perdidos o Stargate, pues la ciencia ficción lleva muchas décadas apostando por la originalidad ycorriendo el riesgo de colocarseun paso por delante de los demás géneros literarios. Eso le ha llevado a ciertos fracasos, pero también a numerosos éxitos.
9. ¿Cuál ha sido la última obra de Ciencia-ficción que has leído?
Cathedral, de Óscar Casado (Transversal), y una relectura de la última reedición norteamericana de Ubik, de Philip K. Dick. Ambas imprescindibles.
10. Unas palabras finales para los lectores del Heraldo del Henares, las que quieras.
Lean La sombra de la luz o lean lo que quieran, pero lean.
Enrique Cortés es profesor de Literatura en Lucena (Córdoba). Nació en 1980. Es licenciado en Derecho y ha realizado estudios de interpretación teatral y doblaje. Su primera novela fue La Torre, que publicó en 2007 bajo el sello editorial Umbriel y ha sido traducida al alemán.
Solo me queda por añadir que ya ha sido anunciada la convocatoria de la Segunda Edición del Premio Astro. Animaos y participad, merece la pena.
Dicestudemili… Llegada la edad militar, sería el año 89, quiso el Rey Nuestro Señor desplegarme por los montes Pirineos a fin de contener una potencial invasión de andorranos o franceses. Debo decir que el año que estuve en filas cumplí primorosamente la misión, sin que en ese tiempo profanasen tierra patria las botas invasoras.
Carne de cañón que siempre he sido, me asignaron a cocinas (cabo pelapatatas), labor que alternaba con la de bibliotecario de la Academia de Sargentos. Lejos del hogar y en la mejor tradición castrense, me abandonaba de vez en vez (no siempre) a la bebida, hasta acumular unos 90 días en arrestos e innumerables guardias, sin duda fruto de la alta estima que mi persona inspiraba a la superioridad. En estos trances gran alivio fue siempre la lectura, y recuerdo leer a capazos,bolsas enteras que me trincaba de la biblioteca mientras vigilaba que los gabachos no volviesen a las andadas. Debo pues al ministerio de Defensa una parte de mi acerbo cultural.
La biblioteca estaba bien servida. Tenía una potente sección de novedades y libros flipantes como el memorial de Bernal Díaz, ensayos sobre los tercios y hasta un manual de inteligencia que enseñaba a torturar con educación (torturar pero sin pasarse, interrogatorio presionante era el eufenismo utilizado).
Entre estos libros flipantes estaba el que yo creo debe ser el más antiguo pulp escrito en castellano. Me refiero a “Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas, o sea, el historiador trágico del linaje de las catástrofes humanas”, de Agustín Pérez Zaragoza, libro popularmente conocido como Galería Fúnebre… Editado en 1831 y rescatado para la modernidad por Luis Alberto Cuenca en edición del ministerio de Cultura de 1977. Si mal no recuerdo (porque no encuentro noticia cierta de esto en internet y no estoy nada seguro) eran 2 tomos que resumían los doce iniciales.
Galería fue posiblemente el libro de más éxito de cuantos se editaron en la cuarta década del XIX. Literalmente, arrasó. No obstante, nada de él hallarán en los libros de texto, prueba clara de que el estudio de la literatura popular deja mucho que desear.
¿Y de qué va? Se le suele clasificar de narrativa gótica, pero yo creo que es pulp. El objetivo de Don Agustín no era otro que acojonar a las dueñas con historias macabras, las más de las veces protagonizadas por malos malísimos que trataban de saciar sus instintos con virginales criaturas.
Suelen ser sucesos supuestamente veraces acaecidos en el extranjero pero con un inconfundible sello español en la abundancia de garrotes, trabucazos y navajazos. Por ejemplo, un ladrón entra a robar, sorprende en lencería a la niñera… y lo que suele pasar en estos casos… Gritos desesperados,niños degollados a hachazos y la pobre criada que, a punto de perder la honra, recibe la gracia de morir pre-copulandis de un jamacuco fulminante (la cuestión es llegar entera ante el Altísimo). Como detalle de fino estilista, Pérez no duda en colocar a algún tierno infante que escondido en el armario será testigo de la hecatombe. Cuando los padres regresan, la madre ve el estropicio y se desmaya o palma y el padre entresaca la horripilante historia de labios de su retoño. Ni que decir tiene que gracias al niño (“angelical criatura, pozo de inocencia”, en términos Pérez) el homicida es ajusticiado no sin antes deparar el tradicional divertimento de amputa aquí y corta allá y estertores en la cuerda. El bien siempre prevalece.
Galería Fúnebre es una lectura muy recomendable para interesados, para especialistas y para autores de terror, pues siempre es bueno conocer a nuestros clásicos. También para aficionados a la historia editorial y en general a la literatura popular. Si lo ven en un mercado de viejo, cómprenlo ni que sea como rareza.
En su día no me leí más que unos cuantos relatos pero me aventuro a sospechar que a diferencia del gótico, Galería incidía en temáticas absolutamente cañís y dignas de El Caso. Más que duendes y tormentas (que también), Pérez gusta de utilizar bandoleros, nobles sicópatas, bandoleros, moros, bandoleros, locos, bandoleros… Enfatizando los momentos truculentos y la tensión sexual entre virginales criaturas y garrulos de la más baja estofa y peores intenciones.
Se ha dicho que la truculencia es un tropos literario del romanticismo, en oposición al “buen gusto” que domina al neoclasicismo, de ahí que quizá Galería deba ser leído como versión patria del Sturm und Drang…. Personalmente, me cuesta creer. Pienso que la sangre siempre ha tenido su mercado “underground”, llámese El Caso o llámense martiriologios en los que curas de fantasía caliente explicaban con todo lujo de detalle como le arrancaban las domingas a Santa Brígida. Sí que está claro que existe un romanticismo populista (del que los autores más fashion aberraban, por ejemplo Larra) que en los años 30-40 recorre Europa y anega los teatros y folletines de verdugos, espectros y matarifes. Un subgénero –pseudogore tremendista, me atrevo a sugerir- que será parcialmente desterrado de los rankings de ventas por la novela de aventuras a lo Dumas y que, por lo demás, coexiste con la edad de oro de la novelística europea; Sthendal, Flaubert, Balzac…
Me quedo con el nombre; Galería Fúnebre de Espectros y Sombras Ensangrentadas. Creo que le sobra el sombras o espectros, es decir, hubiera quedado redondo como Galería Fúnebre de Espectros Ensangrentados o Galería Fúnebre de Sombras Ensangrentadas, ¡pero que cacho de título en cualquier caso! ¡Cómo se fija en la cabeza! Y es que el Sr. Pérez no sería muy proustiano (literalmente en el prólogo nos advierte que Galerías no es ni para maricones ni jovencitas con ínfulas intelectualoides) pero sabía titular. Vean sino de el arrebatador título de una de las novelas que componen la serie: “La príncesa de Lipno o el retrete del placer criminal”…Sin comentarios.
El nombre de H.R. Giger es sinónimo de arte oscuro y fantástico. Nació en 1940 en Chur (Suiza). En 1962 se trasladó a Zurich, donde estudió arquitectura y diseño industrial. El 14 de abril de 1980 ganó un Oscar con la película “Alien, el octavo pasajero”. Esto le sirvió como escaparate y punto de partida para hacer quesus obras fuesen más conocidas a nivel mundial.Con posterioridad ha diseñado portadas de discos y criaturas para diversas películas como “Spieces” o “Poltergeist”. También destaca en sus facetas como diseñador y escultor. Especialista en el uso del aerógrafo, es admirado por las representaciones de cuerpos mitad humanos, mitad mecánicos conocidos como biomecanoides. Según sus propias palabras: “los seres humanos extirpamos, cada vez más, las criaturas vivas sustituyéndolas por creaciones artificiales humanas, lo cual en cierto modo no carece de fundamento en absoluto (tal como yo lo entiendo)”. Lo que más llama la atención de sus representaciones creadas con aerógrafo, en especial las de los años setenta, es la facilidad que tiene Giger, para transmitir un oscuro desasosiego con las viscosas formas de sus criaturas, realizadas a su vez con una precisión de línea y detalle asombrosas. Muchas de sus obras resaltan la temática de la religión, pero sobre todo la del sexo en su grado más sórdido y letal. Sus obras emanan una inquietud y latente peligrosidad impactantes, golpeando la psique del espectador hasta lo más profundo de su consciencia. Es curioso cómo en las restantes entregas de la saga “Alien” se desvirtuó la intención principal de su creador en la primera entrega, la de crear una criatura erótica, letal, oscura, fascinante e imprevisible, transformándola (estoy convencido de que muy a su pesar), en un arquetípico monstruo de serie B de usar y tirar. Es curiosa la falta de imaginación y creatividad tanto de algunos guionistas como directores y productores y el desconcertante desconocimiento de la obra de Giger y el potencial que aún encierra en la actualidad. Este notable artista suizo no solo ha creado una criatura como Alien sino todo un universo onírico de criaturas perfectamente interrelacionadas y que muy bien podrían ser utilizadas para crear un mundo alternativo donde los Alien pudiesen ser una parte de una sociedad, por ejemplo, dominada por los biomecanoides. De hecho, en los años noventa hubo una compañía de videojuegos conocida como Ciberdreams, que sacó una videoaventura gráfica llamada “Darkseed” (semilla oscura) en la que un protagonista, a través del espejo de una habitación, podía penetrar en un mundo alternativo, completamente diseñado por Giger. Una auténtica maravilla de fondos creados por el pintor en cuyo formato de ordenador Amiga 500 se podían apreciar con nitidez y gran calidad sus obras (este ordenador, gracias a la configuración de sus cinco chips, superaba en imagen y sonido con creces en prestaciones a los pc 386 y 486 de la época. De hecho, fue el primer ordenador multimedia, multitarea y multiárea de su tiempo, con su sistema operativo Workbench, muy anterior al de Windows). Lo que Giger nos propone es todo un universo que muy bien podría hacer nuestros mayores terrores realidad. Las deformaciones físicas de sus criaturas y su erótica deshumanización son una clara advertencia de en lo que muy bien podríamos convertirnos los seres humanos en un futuro no tan lejano, y es que la historia ha demostrado con creces que la realidad puede superar cualquier ficción, tanto para lo bueno como para lo malo…
Me gustaría pagar medio kilo de IRPF. Así de claro. Me gustaría de verdad. Intuitivamente, incluso lo sabía, pero nunca lo había visto negro sobre blanco. Tremendo, irracional, inmoral, in... lo que queráis. Pero el gráfico es claro. A buen entendedor...Me apunto al último tramo. Quiero que con mi medio kilo se puedan hacer algunas guarderías. Seré solidario. ¡Y se llaman progresistas! Y además suben el IVA. Esto es ¡loque hay que leer!
Cathedral (Equipo Sirius-Transversal 2010), es una propuesta que rompe los límites de nuestra realidad cotidiana, alcanzando unas dimensiones tan épicas como cósmicas. Aderezada con una estética neogótica de vanguardia, contiene reminiscencias que nos recuerdan a las “Crónicas de Riddick”, pero hay mucho más de trasfondo: citas latinas que invitan a reflexionar sobre el discurrir de los tiempos, el alma humana, la carne y el metal, y de sus líneas cada vez más difíciles de definir.
Cathedral nos recuerda de forma directa y contundente por qué los aficionados aman la ciencia-ficción y sus fascinantes posibilidades. Para el lector más exigente, leer Cathedral es vivir una aventura que desafía las fronteras de la imaginación.
Posee influjos que recuerdan al comic de Jorodowski “La casta de los Metabarones”. Los evocadores pensamientos de los protagonistas transmiten una auténtica lírica espacial. Estamos hablando de ciencia-ficción de alto nivel. El comienzo de la trama es trepidante y muy vivo. El autor engancha al lector apenas pasadas unas líneas de lectura. El protagonista es despertado de un estado de hibernación de su “hibernicho” y es evacuado precipitadamente a una nave de emergencia 3. El carguero intergaláctico “Démeter” ha sufrido considerables daños y termina explosionando. El protagonista es de nuevo despertado de una segunda hibernación y se encuentra con algo mítico,una nave de enormes proporciones, se encuentra con…Cathedral.
Es una historia cuyas características son tan especiales que permiten que sea idónea para adaptarla al cine sin mucha dificultad. Creo que estamos ante una oportunidad única para que algún director español de cine se atreva de una vez por todas a hacer una película de ciencia-ficción seria, de un autor español. Verdaderamente es factible y sería muy interesante ver el resultado final. Una trama verdaderamente original. En la historia nos encontramos con sugerentes detalles como la Licencia Machinae, (una especie de permiso) que habilita a quien la posee, para el uso de prótesis biónicas, mentales y modificaciones genéticas. La Licencia Ensis, que permite llevar la espada, o la Licencia Necis, la bula del asesino que siempre es perdonado en sus crímenes.
El resto prefiero dejar que lo descubráis por vosotros mismos, porque verdaderamente merece la pena. Cathedral os está esperando…