De joven algunas novelas me impactaban de tal modo que mis puntos de vista sobre las cosas cambiaban. Para mí, ahí está la diferencia entre una buena novela y una gran novela. Ocurre que, cosas de la edad, en los últimos quinquenios esa capacidad de impactar mi forma de pensar se ha desplazado de la novela al ensayo.
Este año estoy de suerte y tres ensayos me han conmocionado. Me refiero a “Espacio y Tiempo”, de Teodoro Vives (Equipo Sirius), “Yo soy un extraño bucle”, de Hofstadter (Metatemas), y “Los ensayos de Montaigne” (Acantilado), de cuya lectura sigo disfrutando.
Espacio y Tiempo. Hace un año, en
Siempre me extrañó un tanto que los científicos den por buena la existencia (real, en sentido fuerte) de muchos conceptos sin pararse a pensar en los tsunamis epistemológicos que aparejan. En ciertos ambientes, es hasta cierto punto común encontrarse con sabios que hablan de la necesidad de postular la realidad de un “nuevo tipo de materia al que llamaremos información”, el espacio que no tiene espacio y cosas así. Sin probablemente ellos saberlo, se sitúan en un realismo platónico recalcitrante que ignora 2.500 años de pensamiento. En honor a la verdad, a renglón seguido hay que decir que 2.500 años después, el platonismo sigue siendo la filosofía “doméstica” que todos llevamos dentro. Hay que aclarar: ser platónico (o no serlo) no altera en lo esencial la calidad de la ciencia que se pueda hacer, pues después de todo, la ciencia es conocimiento útil, no metafísica…
Ahora bien, si lo que pretendemos es adentrarnos en temas como qué es el tiempo, por fuerza hay que partir de
Yo soy un extraño bucle, o porqué la materia se piensa a si misma, de Douglas Hofstadter (en adelante, Doug) tiene el aliciente de estar escrito por el autor de “Escher, Godel y Bach”, un Premio Pulitzer, muy influyente en los años 80. En este nuevo ensayo, Doug se deja de zarandajas y entra de lleno en la pregunta de que es el yo. Como siempre que hablamos de este autor, lo hace de una manera ingeniosa, valiéndose de analogías y evitando (no sé porqué) una exposición sincrónica. Doug pica de aquí y de allí para abonar su teoría.
Ya les digo que el libro vale
Obviamente, la conclusión de Doug no es correcta ni incorrecta, simplemente llega como mil años tarde: El yo no existe, pensar en un yo es un hábito.
Lo mismo que dijeron unos frailecicos hace cosa de mil años. Un planteamiento no ya superado, fosilizado por la filosofía de la ciencia del XIX.
Pero yo no le pienso dar al listo de Doug más pistas; que se joda y estudie, o se lea el libro de Vives, que lo entenderá antes.
Y de Montaigne hablamos otro día.
Luis Besa
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