(de Francisco Pacheco)
No existe una razón clara y última por la que uno escribe, sino más bien una nebulosa de razones oscuras que luchan unas contra otras para explicar el conjunto. La mayor parte de los escritores no sabe a ciencia cierta por qué escribe y tiene que tirar del hilo para desentrañar este misterio.
Una de esas razones es el deseo de notoriedad, de fama, influir en las mentes de los demás mientras leen tu libro, apoderarse de ellos durante ese breve lapso en el cual les sumerges en un mundo de tu creación. En el fondo de todo ello está la vanidad y el deseo de poder egocéntrico inherente a todo ser humano. Esa podría ser una razón, más o menos poderosa en unos u otros escritores. En mi caso está ahí, pero aunque sí es fuerte (para qué negarlo), no es la más.
Otra razón es transmitir una serie de sensaciones e ideas que nos han marcado, que han impreso nuestra huella en nosotros, provenientes de otros escritores anteriores. No se trata de plagiar, no es transmitir un texto entero, sino más bien un estado de mente y corazón, el que te produjeron tus ídolos literarios, los auténticos guías. Esa potencia parece quemarte dentro y necesitas sacarla mediante los escritos. ¿Quién no se ha sentido atrapado por una idea sobre un libro que ni siquiera le dejaba dormir o pensar en otra cosa? Así, escribir sería casi una terapia, una liberación, algo más necesario que voluntario. Es entonces cuando se escribe sin parar y el libro sale como un tiro.
En mi caso, la razón más poderosa es de tipo hedonista. Me gusta escribir por el placer de crear mi propia aventura, mi propio mundo, mis propios personajes y jugar con ellos, crear las historias que más me gustaría leer. Los libros más gratos de escribir son los que uno nunca confía en publicar. De tal modo no existe la presión del qué dirán, ventas, críticas, opiniones, etc. Solos tu libro, tu mundo, tus personajes y tú. Se trata de vivir tu propia aventura a través de tu imaginación. Esta es la más hermosa de las razones y es la que debería imperar entre los escritores, porque de tal modo se escriben los libros más honestos, tengan o no éxito después.
Tampoco creo que uno pueda escribir sólo cuando sufre el toque divino de
Y no entiendo a los escritores que sufren, se quejan, no les gusta o piensan que escribir es un proceso existencial difícil, incluso doloroso. En el fondo de todo esto hay mucha pereza, oculta tras rimbombantes palabras, pues escribir es una actividad que requiere trabajo y disciplina. O tal vez tengan encima la presión sobre el futuro de su libro en el mercado editorial, y el mayor de nuestros miedos: el qué dirán. Pero si uno se olvida del mundo exterior y vive sólo en el presente de su propia creación, las historias van saliendo de manera fluida, fácil, natural, perfecta. Escribir es una de las labores más gratificantes y maravillosas que he conocido, es lo que nos aleja de la vulgaridad y la rutina cotidiana, nos hace dioses de nuestros propios mundos inventados, somos creadores que disfrutan de su propia obra, no nos limitamos a absorber lecturas, sino a crearlas. Es algo activo, no pasivo. Sus resultados son enorgullecedores y nos recreamos en ellos, como el padre que ve a su hijo dar sus primeros pasos. Y es que en realidad nuestros textos son nuestros hijos y vivimos a través de ellos.