jueves, 14 de mayo de 2009

El libro de El Bulli


El libro visual es todo un mundo. Si uno es un cultureta “a la page”, lo suyo es exponer uno o dos en la mesa baja de cristal en medio del tresillo, pero sin que se note, como si fuera el libro con el que nos solazamos mientras la parienta se pinta cuando salimos los viernes.

Hay que ser máximamente estricto a la hora de seleccionar ese libro “casual” con el que las visitas se darán de bruces al penetrar en nuestra intimidad. ¡Cuidado! El libro elegido nos define. No es lo mismo una Biblia marmotrética, el Gotha del Nuevo Diseño Coreano, el álbum de la Primera Comunión de la niña, o la Guía Ilustrada de los Paradores Nacionales. Sólo mentes verdaderamente libres a lo Claudio Cerdán colocarían allí la colección de Penthouses o la Guía ilustrada para la curación de la alitósis. Lo normal, y lo más aconsejable, es que aprovechemos el espacio para darnos pisto.

Es así que recomiendo vivamente alguno de los libros de El Bulli. Pero los fetén, cuatro kilos de papel cuidadosamente estuchados a 130 eurines el tomo, que puede parecer exceso pero no dejan de ser a 32,5 euros el kilo (visto así, más barato que el mío, debo decir). No se precisa la colección completa, con uno o dos queda bonito y demuestra a las visitas que el anfitrión es hombre de mundo.

La Bulliteca sirve también para iniciar una conversación del tipo, ¿ahh, te gusta Ferran Adriá? Pues mi santa hace una esfericización de cacahuete al pesto con escamas de sardina que es gloria bendita… O al contrario, en plan castizo, y procurando poner cara cateto, sostener con la gravedad de las afirmaciones importantes: donde estén unos judiones con oreja, que se quite lo demás… Lo cual abre la puerta a una civilizada discusión ¿cocina de vanguardia sí o cocina de vanguardia no?

Hasta hace nada, yo era de los catetos. La cocina de diseño me parecía purés de colores. También pesa que en mi entorno antes habrá quien coma en el economato de Alcalá-Meco que en el Bulli. La verdad sea dicha, mi única experiencia al respecto eran unos chips de manzana salada “made in Adrià” que me regaló mamá con ocasión del Día del Alzheimer. La cosa fue que, a modo de colaboración con las asociaciones de familiares de Alzheimers, los del Bulli cedieron gratis aquellos chips a modo de merchandising. Tú metías en la hucha y en lugar del globo y la pegatina te daban una bolsita de manzana salada (que sabía a rayos). A favor de Adriá cabe decir que los del Alzheimer batieron el récord de recaudación ese año.

Bueno, a favor de Adriá se pueden decir un montón de cosas. Ya les digo que yo pensaba que el hombre era poco menos que un envenenador de pijos hasta hace nada, que vi una serie de documentales en La2. Ahí me caí del guindo. Adrià es un innovador, un revolucionario.

Veamos. La cocina tradicional se basa en condimentar y servir lo mejor posible el acerbo culinario de nuestro tiempo. El cocinero tradicional se esmera en servir con maestría algún plato típico y con una correcta relación calidad-precio. Pero hay dos maneras de cocinar. La primera buscando la excelencia, mejorando día a día hasta que das con la fórmula perfecta, aquella que dice, señores esto es el sumum… La segunda pasa por juguetear… Qué ocurre si ahora le pongo aceite de coco en lugar de oliva, mira a ver si echándole parmesano… En definitiva, la segunda manera es la experimentación. Y es en esta categoría que milita Adrià, con sus esfericizaciones, granulaciones, extrusiones y deconstrucciones. Y lo hace –pienso yo- con imaginación, talento y frescura. Obviamente, también con el jaleo bobo (pero tan rentable) de lo mediático.

A mí es que la cocina me pirra. Da para montones de analogías con lo literario. ¿Debe uno aspirar a doctorarse bordando los platos de toda la vida? ¿O hay que aplicarse a la invención de cremas y purés? ¿Un término medio y actualizar los sabores del pasado? ¿O por qué no un saneado chiringuito de pollos en primera línea de mar? ¿Honesta cocina casera a 7,5 el menú? ¿O pizzería gay en Chueca? Yo creo que todas las opciones tienen su aquel salvo una… Minimización de costes y catering para residencias de ancianos… Todo aquello en lo que no puedas meter alma carece de gusto.

Pero a lo que iba, libro visual que hable (a poder ser bien) de uno mismo. Me acuerdo de los abogados de antaño, que antes se dejaban arrancar la piel a tiras que fotografiarse si no era con su colección de Aranzadis al fondo. Siguiendo el ejemplo, yo aconsejaría un diccionario de cierto lujo. El bueno - no el roñoso de batalla- uno antiguo, con clase y tapas duras… Muy útil cuando en pleno Dónde estás Corazón le sueltas a la parienta la duda terrorífica: “¿aro va con hache?”.

A ver si alguien se anima y me explica el suyo. Sé que es retratarse pero me toca empezar ya que saco el tema. El Diccionario Oxford de Filosofía, de 54 euracos, o sea a 20 el kilo. ¡Más barato que el de Adrià! Clasicismo con su punto snob y cultureta a más no poder… Mola.


Luis Besa

3 comentarios:

J.E. Alamo dijo...

¿Entonces nada de poner el As con la contraportada a la vista, con su maciza de turno, para poner de los nervios a la suegra? :-DD
Por cierto, yo soy de los de tapa de toda la vida (bravas, choricitos, calamares, etc) y tortilla de patata. Y si vamos a lo fino, una fuente de langostinos. Y sin deconstrucciones, que de eso ya se encarga servidor durante la disgestión.

Carlos Muñoz dijo...

Desde luego Luis te prodigas poco, pero es un placer leerte.
Hoy me voy a Ikea y me compro la mesa,...y más adelante buscaré una mix de El Bulli y el As que dice Joe.
Por cierto, estás muy favorecido en la imagen de la pizzería.

Sim dijo...

Si no os queréis gastar pasta, la Robert Parker's Wine Advocate también luce lo suyo (en Ikea deben vender una de estas que la tripa del libro es de yeso) Problema, no busqués la calificación del Sangre de Toro, que no sale...
En el caso de que pongáis el AS por la parte buena junto a la guía de vinos... no sé que deciros, os dirán que encima de sátiros, borrachos.... No se lo pongáis a la suegra tan a huevo!!!!

Gracias, Besa.